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Wirth Oswald El ideal iniciatico

Masonería
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Materiales para ingenieria (15105)

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Año académico: 2018/2019
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OSWALD WIRTH

EL IDEAL INICI¡TICO

INTRODUCCION

En todo tiempo hemos visto falsos profetas perorar en tono doctoral y con absoluta buena fe sobre lo que pensaban saber. Antiguamente les inspiraba la religiÛn y en su creencia de poseer la Verdad, gracias a la ilusiÛn venÌan a revelarnos lo que debÌamos creer, d·ndonos precisiones respecto a la divinidad, a los ·ngeles y a los demonios.

En nuestros tiempos, acostumbran d·rselas de Iniciados instruidos en los supremos misterios que permanecen velados a la penetraciÛn de la generalidad de los hombres. La IniciaciÛn da de tal suerte pretexto a ciertas enseÒanzas equÌvocas, pero no siempre inofensivas, sobre todo cuando la investigaciÛn de conocimientos anormales conduce al desequilibrio de los individuos.

En presencia de tan gran n ̇mero de malsanas elucubraciones que preconizan el desarrollo de un estado alucinatorio considerado equivocadamente como conquista de un privilegio inici·tico, no est· por dem·s formular los principios de la sana y verdadera iniciaciÛn tradicional.

Es lo que hemos intentado en una serie de artÌculos publicados en ìLe Symbolismeî desde enero de 1922, artÌculos que hemos reunido en este op ̇sculo para mayor comodidad del lector.

No tenemos, desde luego, la pretensiÛn de haber dilucidado enteramente la cuestiÛn, pero el camino que seÒalamos es el verdadero y todos los documentos inici·ticos concuerdan sobre este punto.

La pista en verdad queda tan sÛlo trazada ligeramente; algunas veces llega a perderse y es preciso sepamos encontrarla otra vez, haciendo uso de nuestra sagacidad para orientarnos. La IniciaciÛn, en efecto, debe poner en obra nuestra propia iniciativa sin imponerse jam·s; hay que descubrirla y violentarla si queremos poseerla.

No espere, pues, el lector encontrar en esas p·ginas un tratado metÛdico. La IniciaciÛn debe adivinarse, y su autor sinceramente inici·tico, no puede hacer otra cosa que ayudar a descubrirla.

Lo que preconiza, es este prudente positivismo que toma por punto de partida en todas las cosas, lo comprobable. En el curso de sus viajes simbÛlicos, el neÛfito sale siempre del occidente en donde se levanta la fachada de la objetividad, o sea la fantasmagorÌa de las apariencias que perturban nuestros Ûrganos. Todo concluye aquÌ para el materialista que cree in ̇til buscar algo m·s.

Pero muy distinta es la convicciÛn de los espÌritus propensos a la meditaciÛn: se niegan a atenerse al aspecto superficial de las cosas y su ambiciÛn es profundizarlo todo. Para estos aspirantes a la IniciaciÛn, todo cuanto afecta nuestros sentidos constituye un enigma que podemos descifrar. Buscan el significado del espect·culo que les ofrece el mundo y se lanzan en suposiciones por dem·s arriesgadas. Al penetrar de esta manera en la tenebrosa selva de las quimeras con tanta complacencia, descrita en las novelas caballerescas, el pensador se ve obligado a combatir todos los monstruos de su propia imaginaciÛn. Ha de abrirse paso a travÈs de la inextricable maraÒa de las concepciones mal venidas, para alcanzar penosamente el Oriente de donde brota la luz.

Por otra parte, al salir de las tinieblas de la noche, la luz matutina le deja discernir solamente lo absurdo de las teorÌas preconizadas para explicar lo inexplicable; convencido de su impotencia para penetrar el misterio de las cosas, emprende el regreso hacia Occidente siguiendo ahora la ruta del mediodÌa.

No es ya un sendero sembrado de obst·culos, apenas marcado en las espesuras de la selva del norte: llena de rocas y falta en absoluto de vegetaciÛn, la regiÛn sud no brinda el menor abrigo al peregrino que avanza bajo los ardientes rayos de un sol implacable. Una luz cruda ilumina los objetos que encuentra a su paso y que ve tal como son, sin que pueda formarse ninguna ilusiÛn respecto a ellos.

Llegado otra vez al Occidente, juzga entonces de diferente manera lo que afecta a sus sentidos. El eterno enigma le parece menos impenetrable, pero m·s punzante a ̇n. Irritado, no puede permanecer por largo tiempo en estado contemplativo: su espÌritu trabaja y otra vez le tenemos entregado a las conjeturas, pero ya media una prudente desconfianza y las extravagancias del principio se han trocado en hipÛtesis m·s sÛlidas.

Vuelve a empezar el periplo que sigue indefinidamente, siempre en el mismo sentido, partiendo de Occidente en direcciÛn al Norte, para regresar luego de Oriente por la vÌa del MediodÌa. Cada vez resulta menos ·spero el camino por m·s que abunden los obst·culos: hay que trepar por unas montaÒas, transitar por llanuras llenas de peligros, cruzar rÌos de impetuosa corriente, explorar desiertos abrasadores y sondear abismos volc·nicos. Tales son las pruebas que hay que soportar, no simbÛlicamente ni en imaginaciÛn, sino en su verdadero significado, o sea ìen espÌritu y en verdadî, con el objeto de que la venda de nuestra ignorancia vaya adelgaz·ndose para caer por fin de nuestros ojos cuando termina nuestra purificaciÛn mental.

Luego se tratar· de alcanzar la luz entrevista y viajar con este propÛsito, imitando al sol en su aparente revoluciÛn diaria.

Tal es el proceso tradicional de la iniciaciÛn masÛnica; es la enseÒanza por el silencio: nada de palabras que puedan faltar a la verdad, sino solamente actos cuya finalidad es invitarnos a la investigaciÛn. No encontramos aquÌ una doctrina explÌcita, sino ̇nicamente un ritual por medio del cual vivimos lo que debemos aprender. Ning ̇n dogma y solamente unos sÌmbolos.

No es Èste un mÈtodo al alcance de las muchedumbres que piden soluciones hechas y siguen gustosas a quien las engaÒa, por cierto de buena fe en la mayorÌa de los casos.

La caracterÌstica de la iniciaciÛn, de la verdadera, es su absoluta sinceridad: no engaÒar a nadie, he aquÌ su constante y principal preocupaciÛn. Por eso mismo resulta amarga y desilusionante. Quien la posee comprende que no sabe nada; el sabio observa un silencio molesto y se guarda de erigirse en pontÌfice. Si el Iniciado pide la luz es tan sÛlo para poder cumplir mejor con la tarea que le incumba y, rechazando toda la curiosidad indiscreta, no pierde el tiempo en querer profundizar misterios por su propia naturaleza insondables.

Empezando siempre por lo conocido (Occidente), se va instruyendo sin precipitaciÛn y no teme examinar de nuevo lo que le ha parecido cierto. Asimismo, se resiste a perderse en estÈriles especulaciones y acepta ̇nicamente las que tienen como finalidad la acciÛn. El trabajo es, a su modo de ver, la justificaciÛn de su propia existencia. La funciÛn crea el Ûrgano y no somos m·s que instrumentos constituidos en vista de una tarea que debemos cumplir.

Apliquemos, pues, toda nuestra inteligencia en discernir lo que de nosotros se espera y esforcÈmonos en trabajar bien. Trabajar bien es vivir bien, y vivir bien es, sin duda alguna, un ideal que nos propone la vida. Se trata de aprender la teorÌa para luego ejercitarnos en la pr·ctica del Arte de vivir; he aquÌ el objetivo esencial de la iniciaciÛn masÛnica.

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sus actos, sin esquivar cobardemente sus resultados, es conquistar la simpatÌa de los Iniciados y merecer su ayuda para sortear las dificultades.

Una vez satisfechas las condiciones previas de moralidad, garantizadas por el buen renombre del candidato, su primera obligaciÛn formal concierne a la discreciÛn: debe comprometerse a guardar silencio en presencia de los profanos, puesto que la IniciaciÛn confiere secretos que no deben ser divulgados.

Se trata en primer lugar de un conjunto de tradiciones que no deben caer en el dominio p ̇blico. Son, en su mayor parte, seÒas convencionales por medio de las cuales se reconocen entre sÌ los Iniciados. ResultarÌa deshonroso el divulgarlas, y todo hombre pundonoroso debe guardar los secretos que le han sido confiados. Adem·s, el indiscreto resultarÌa culpable de impiedad, hasta el punto que los verdaderos misterios no le podrÌan ser revelados en manera alguna.

En efecto, los pequeÒos misterios convencionales son sencillamente, los sÌmbolos de secretos mucho m·s profundos y debe el iniciado descubrirlos, de conformidad con el programa de la IniciaciÛn Estamos ahora muy distantes de las palabras, actitudes, gestos o ritos m·s o menos complicados. Todo cuanto afecta nuestros sentidos no puede en modo alguno traducir el verdadero secreto y nadie lo ha divulgado jam·s, por ser de orden puramente espiritual.

A fuerza de profundizar, el pensador concibe lo que no llegar· a penetrar nadie sin observar cierta disciplina mental; esta disciplina es la de los Iniciados. Por medio de las alusiones simbÛlicas pueden comunicarse entre sÌ sus secretos, pero nada absolutamente podr· entender quien no estÈ preparado para comprenderlos; por otra parte, nada hay tan peligroso como la verdad mal comprendida, y de aquÌ la obligaciÛn de callar impuesta a los que saben.

EnseÒad progresivamente, de acuerdo con las reglas de la IniciaciÛn, o de lo contrario callad. Sobre todo, cuidad de no hacer alarde de vuestro saber. El Iniciado es siempre discreto: nunca pontifica, huye del dogmatismo y se esfuerza en toda las circunstancias y en todo lugar para encontrar una verdad que sabe, en conciencia, no poseer.

Bien al contrario de las comunidades de creyentes, la IniciaciÛn no impone artÌculo alguno de fe y se limita a colocar al hombre frente a lo comprobable, incit·ndolo a adivinar el enigma de las cosas. Su mÈtodo se reduce a ayudar al espÌritu humano en sus esfuerzos naturales y espont·neos de adivinaciÛn racional. Opina, adem·s, que el individuo aislado se expone al fracaso al aventurarse con temeridad, en el dominio del misterio. Esta exploraciÛn es peligrosa, el camino est· erizado de obst·culos y a ambos lados abundan los abismos. Quien emprenda solo el viaje corre el riesgo de detenerse muy pronto, pero hay que tener en cuenta que nadie quedar· abandonado a sus propias fuerzas, si merece asistencia, por ser la mutua ayuda el primer deber de los Iniciados.

Tened las creencias que mejor os parezcan, pero sentÌos solidarios de vuestros semejantes. Tened la firme voluntad de ser ̇til, de desarrollar vuestra propia energÌa para invertirla en bien de todos; sed completamente sinceros con vosotros mismos en vuestro deseo de sacrificio y entonces tendrÈis derecho a que los guÌas que aguardan en el umbral sagrado, vengan a dirigir a los legÌtimos impetrantes.

Pero es necesario dejarse guiar con confianza y docilidad, fortalecido por esta sinceridad que impone el respeto y tambiÈn lleva consigo responsabilidades de mucha gravedad. Se establece un verdadero pacto entre el candidato y sus iniciadores: si llena Èste los previos requisitos, deben ellos dispensarle su protecciÛn y preservarle de los tropiezos que pudieran apartarle del camino de la luz.

Tened bien en cuenta que los guÌas permanecen invisibles y se guardan de imponerse. Nuestra actitud interna puede atraerlos y acuden a la llamada inconsciente del postulante deseoso de soportar las cargas que impone la IniciaciÛn. Todo depende de nuestro valor, no es sufrir unas pruebas meramente simbÛlicas, sino para sacrificios sin reservas.

No puede uno iniciarse leyendo, ni asimil·ndose unas doctrinas por sublimes que sean. La IniciaciÛn es esencialmente operante; requiere gente de acciÛn y rechaza los curiosos. Es preciso consagrarse a la Magna Obra y querer trabajar para ser aceptado como aprendiz, en virtud de un contrato tan formal en realidad, como si llevara estampada vuestra firma.

Las obligaciones contraÌdas son el punto de partida de toda verdadera iniciaciÛn. Guardaos, por tanto, de llamar a la puerta del Templo, si no habÈis tomado la decisiÛn de ser de aquÌ en adelante un hombre diferente, dispuesto a aceptar deberes mayores y m·s imperativos que los que se imponen a la mayorÌa de los mortales. Todo fuera ilusiÛn y engaÒo al querer ser iniciado gratuitamente, sin pagar de nuestra alma el privilegio de ser admitidos a entrar en fraternal uniÛn con los constructores del gran edificio humanitario, cuyo plan ha trazado el Gran Arquitecto del Universo.

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Ser conscientes de nuestra propia ignorancia y rechazar los conocimientos que hemos creÌdo poseer, es capacitarnos para aprender lo que deseamos saber. Para llegar a la IniciaciÛn es preciso volver al punto de partida del mismo conocimiento, en otros tÈrminos, a la ignorancia del sabio, que sabe ignorar lo que muchos otros se figuran saber quiz·s demasiado f·cilmente. Las ideas preconcebidas, los prejuicios admitidos sin el debido contraste, falsean nuestra mentalidad. La IniciaciÛn exige que sepamos desecharlos para volver al candor infantil o a la ceniza del hombre primitivo, cuya inteligencia es virgen de toda enseÒanza presuntuosa.

øPodemos pretender al Èxito completo? Es muy dudoso desde luego, pero todo sincero esfuerzo nos acerca a la meta. Luchemos contra nuestros prejuicios buscando librarnos de los mismos; sin pretender alcanzar una liberaciÛn integral, este estado de ·nimo favorecer· en gran manera nuestra comprensiÛn, que se abrir· de tal suerte a las verdades que nos incumbe descubrir y podr· entonces principiar con eficacia nuestra instrucciÛn. Esta empezar· por el desarrollo de nuestra sagacidad. Nos ser·n propuestos unos enigmas a fin de despertar nuestras facultades intuitivas, puesto que ante todo debemos aprender a adivinar.

En materia de IniciaciÛn no se debe inculcar nada ni imponerse en lo m·s mÌnimo al espÌritu. Su lenguaje es sobrio, sugestivo, lleno de im·genes y par·bolas, de tal manera que la idea expresada escapa a toda asimilaciÛn directa. El Iniciado debe negarse a ser dogm·tico y se guardar· bien de decir: ìEstas son mis conclusiones; creed en la superioridad de mi juicio y aceptadlas como verdaderasî. El Iniciado duda por siempre de sÌ mismo, teme una posible equivocaciÛn y no quiere exponerse a engaÒar a los dem·s. AsÌ es que su mÈtodo remonta hasta la nada del saber, a la ignorancia radical, confiando en su negatividad para preservarle de todo error inicial.

Entre los que pretenden ser Iniciados por haberse empapado de literatura ocultista øcu·ntos habr·n sabido depositar sus metales?. Y si han faltado de tal suerte al primero de nuestros ritos, es del todo ilusorio el valor de su ciencia, tanto m·s mundana cu·nto m·s surge de disertaciones profanas.

Todos cuantos han intentado vulgarizar los misterios los han profanado, y los ̇nicos escritores que han permanecido fieles al mÈtodo inici·tico han sido los poetas, cuya inspiraciÛn nos ha revelado los mitos, y los filÛsofos hermÈticos, cuyas obras resultan de propÛsito ininteligibles a primera lectura.

La IniciaciÛn no se da ni est· al alcance de los dÈbiles: es preciso conquistarla y, al igual que el cielo, sÛlo la lograr·n los decididos. Por eso se exige al candidato un acto heroico: debe hacer abstracciÛn de todo, realizar el vacÌo de su mente, a fin de poder luego crear su propio mundo intelectual partiendo de la nada e imitando a Dios en el microcosmos.

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CAPITULO IV

EL DESCENSO EN SI MISMO

Al despojarse el candidato de sus metales, separa su atenciÛn del aspecto externo de las cosas y se esfuerza en olvidar las revelaciones de los sentidos para concentrarse en sÌ mismo. Una venda se pone sobre sus ojos y le envuelve la noche. Empieza a bajar rodeado de tinieblas y por innumerables peldaÒos llega por fin al mismo corazÛn de la gran Pir·mide. Entonces cae la venda y el neÛfito se ve aprisionado en su sepulcro. Comprende que ha llegado la hora de la muerte y se conforma; pero antes de renunciar a la vida redacta el testamento que concreta sus ̇ltimas voluntades.

No se trata de disponer de unos bienes que ya no posee, puesto que ha sido preciso renunciar a todo cuanto tenÌa para poder sufrir las pruebas. Despojado de todo lo que no constituye su verdadero ser, puede disponer ̇nicamente de lo que le queda, haciendo donaciÛn de su energÌa radical. Concentrado en sÌ mismo y despuÈs de hacer abstracciÛn de todo lo ajeno a su naturaleza primordial, el individuo se encuentra frente a frente con su propio espÌritu, con el foco inmaterial de sus pensamientos, de sus sentimientos y de su voluntad. Tiene conciencia de ser, en ̇ltimo tÈrmino, una fuerza, una energÌa cuya libre disposiciÛn le pertenece.

øCÛmo entiende aplicar esta energÌa? He aquÌ el problema que debe resolver al redactar su testamento. Si procura entonces indagar cu·l es el mejor camino, podr· ver claramente que la voluntad individual no sabrÌa aplicarse a m·s alto ideal que a la realizaciÛn del supremo bien. Esta constataciÛn le incita a consagrarse a la Magna Obra y toma la resoluciÛn de trabajar, de acuerdo con los principios de los Iniciados, al mejoramiento de la suerte de la humanidad.

Puede ya morir a la existencia profana una vez tomada esta resoluciÛn. En efecto, el hombre ordinario no se inspira m·s que en el egoÌsmo. Se imagina ser Èl mismo su propia finalidad y con gusto se considera como centro del mundo. En esto difiere el Iniciado: al volverse hacia sÌ mismo ha reconocido su propia insignificancia. Su conciencia le dice que no es nada por sÌ mismo, pero que forma parte de un inmenso todo. Es tan sÛlo humilde ·tomo de este conjunto, pero esta cÈlula individual, fragmento de un organismo mucho mayor, tiene su razÛn de ser en la misma funciÛn que le toca desempeÒar. AsÌ es como la ciencia inici·tica toda, tiene por base el reconocimiento de nuestra relaciÛn ontolÛgica con el Gran Ad·n de los Kabalistas, o sea, la Humanidad considerada como el ser viviente en el seno del cual vivimos y del que emana nuestra propia vida.

Siendo asÌ, øquÈ va a significar para nosotros la palabra vivir? Deberemos acaso apetecer las satisfacciones individuales? SÌ, pero dentro de ciertos lÌmites. Todo germen en vÌa de desarrollo debe, al principio, acaparar y atraer hacia Èl la sustancia circundante, dando muestra de fiera avidez. El instinto vital procede de un egoÌsmo inherente a la misma naturaleza de las cosas y que tiene un car·cter sagrado, mientras tiene por fin la construcciÛn indispensable del individuo.

La caridad bien ordenada empieza por nosotros mismos y es preciso adquirir, antes que poder dar. Pero los dos h·bitos de adquisiciÛn tienden a perdurar m·s all· del tÈrmino normal. Llegado a su pleno desarrollo, el individuo queda expuesto a seguir ignorando su destino superior, o no pensar m·s que en Èl mismo, dejando a sus solos apetitos la direcciÛn de su vida. Con tal que, obedeciendo a sus naturales impulsos, el individuo sepa acordarse de sus semejantes, port·ndose con ellos equitativamente, podr· conducirse en leal unidad del humano rebaÒo.

bajar primero? Tanto peor para vosotros si os ha fallado la primera operaciÛn de la Magna Obra, la que simboliza el color negro, pues sin esta previa base toda va a ser in ̇til.

Saber morir: aquÌ est· el gran secreto que no se puede enseÒar. DebÈis dar con Èl, de lo contrario, vuestra iniciaciÛn no pasar· de ficticia, como desgraciadamente sucede la mayor parte de las veces. Sin haber muerto realmente para las profanas atracciones, el falso iniciado no puede renacer a la vida superior, privilegio reservado a los pocos que han sabido regenerarse por la comprensiÛn de la humana divinidad. Para conseguir la iniciaciÛn es preciso sufrir la muerte inici·tica, operaciÛn ardua y eliminatoria; entre el gran n ̇mero de candidatos sÛlo un corto n ̇cleo de elegidos logra el Èxito.

Preparaos, pues, a esta muerte si querÈis ser iniciados; de otro modo, el sÛlo rito tradicional de por sÌ, nada puede dar puesto que no es m·s que la forma hueca y engaÒosa de la supersticiÛn; sabed morir o, de lo contrario, mejor ser· renunciar modestamente de antemano a la IniciaciÛn.

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CAPITULO V

LA CONQUISTA DEL CIELO

No basta profundizar. Triste sabidurÌa la que consiste en retraerse en sÌ mismo y desentenderse del mundo externo. La inmersiÛn en la tinieblas en donde se desvanecen las apariencias no es en sÌ una meta: es tan solo una etapa del itinerario que viene obligado a seguir el iniciado.

Si bajamos es para subir otra vez y el nivel que podemos alcanzar a la subida depende justamente de las profundidades que supimos sondear. Si fuera posible hundirnos hasta el mismo fondo del abismo infernal, a buen seguro que pudiÈramos llegar de rebote hasta el mismo cielo, pues la fuerza ascensional est· en razÛn directa de la intensidad de la caÌda. El espÌritu superficial no sabe bajar ni subir: pegado al suelo ha de seguir sus ondulaciones sin poder llegar a las concepciones profundas ni abrazar amplios horizontes.

Ahora bien: lo que distingue ante todo el Iniciado es la profundidad de su pensamiento, como tambiÈn lo ilimitado de sus visiones.

Libre ya de las apreciaciones rastreras del profano, debe llegar a comprender lo que hay, tanto por debajo como por encima de las cosas que percibe en la vida corriente, y las primeras pruebas inici·ticas hacen precisamente referencia a este doble campo de exploraciÛn.

Al salir de la tumba de donde se encerrÛ para morir de su libre voluntad, el candidato sube hasta la cumbre del monte evangÈlico y de allÌ puede divisar todos los reinos de la Tierra. Ni le acompaÒa el Diablo, ni le promete la posesiÛn del mundo si consiente en adorarle. Para quien ha llegado a tales alturas, la tentaciÛn est· m·s bien en huir de todo lo material. Pero este peligro no puede amenazar al futuro iniciado y, por la prueba del aire, vuelve de repente a la realidad positiva. DespuÈs de bajar tan profundamente como ha subido para luego alcanzar las m·s sublimes cumbres, debe volver al nivel normal del equilibrio, capacitado ya tanto por su caÌda como por su ascensiÛn para apreciar con exactitud el mundo, teatro de su acciÛn inici·tica.

Las profundidades se complementan con las abstracciones de las cosas. En el segundo Fausto, Goethe nos habla de terrorÌficas divinidades que llama las Madres. A pesar de su disolvente dialÈctica, MefistÛfeles no se atreve a acercarse a estas eternas creadoras de las forma; ni las rodea el espacio ni las afecta el tiempo. En su colectivo aislamiento conciben las im·genes creadoras, los arquetipos de cuanto se va construyendo. Por el intermedio de estas diosas, el Ser brota sin discontinuidad de la matriz tenebrosa de la Nada. El pensador anheloso de profundizar, puede hacer consideraciones acerca de este teme que la sutil poesÌa de Goethe le presenta.

Por otra parte, el infierno no es, en IniciaciÛn, otra cosa que el camino del cielo. Quien ha sondeado la Nada descubre allÌ mismo el Todo. Cuando bajando hasta el mismo fondo del abismo de nuestra personalidad, llegamos a descubrir en ella la personalidad que act ̇a en el universo, entonces somos capaces de colocarnos por encima de todas las contingencias para considerar las cosas desde un punto de vista diferente: el de la potencia que gobierna el mundo. Para ver realmente las cosas desde lo alto es necesario substituirse en espÌritu al mismo Dios. Y no digan que esto es impÌo; nada puede ser tan saludable para nuestro ser moral como la gimnasia mental de la sublimaciÛn filosÛfica preconocida por los Hermetistas.

Seg ̇n el sistema alegÛrico, el sujeto que ha de ser objeto de la Magna Obra debe quedar encerrado en el huevo; allÌ entra en putrefacciÛn y por fin llega al color negro, representativo de la muerte inici·tica del candidato. Por otra parte, la putrefacciÛn liberta lo sutil, que se desprende de lo grosero y sube hasta el cielo de este mundo en pequeÒa escala, simbolizado por el matraz

entrada de la puerta de Anou, de Bel y de Ea. El ·guila conoce tambiÈn la entrada de la puerta de Sin, de Shamash, de Adad y de Isthar. 1

Ha tenido ocasiÛn de contemplar a la diosa en todo su esplendor, sentada sobre su trono con una guardia de leones.

Etana acepta la proposiciÛn del ·guila y se abraza estrechamente al ave, espalda contra pecho, flancos contra flancos, tendidos los brazos sobre las plumas de las alas. Cargada de tal suerte con un peso que se adhiere a Èl exactamente, sin impedir ninguno de sus movimientos, el ·guila va subiendo por espacio de dos horas y pregunta entonces a Etana quÈ impresiÛn le produce la Tierra: Ni abarcando el mar parece mayor que un sencillo patio.

DespuÈs de dos horas m·s de ascenso, la Tierra y el OcÈano se parecen a un jardincillo rodeado por un riachuelo. Sube m·s todavÌa y, transcurridas otras dos horas, Etana despavorido, ha perdido completamente de vista la tierra y el mar inmenso.

Su vÈrtigo paraliza al ·guila, que cae durante dos horas, y contin ̇a cayendo otra y otra m·s. Por fin, el ·guila viene a estrellarse contra el suelo, mientras Etana parece trocarse en rey fantasma.

Desde el punto de vista inici·tico, este mito resulta muy instructivo, a pesar de resultar algo oscuro por la razÛn de no haber llegado a nosotros Ìntegro. Si bien es verdad que para conquistar la dignidad real, debe el iniciado trascender las bajezas humanas, su reino no es de este mundo, sino m·s bien astral, como el de Etana, el soÒador inquieto, que busca la manera de realizar sus ideales.

Tanto si se trata de alcanzar el cielo, como de construir una torre semejante a la de Babel, el simbolismo es el mismo. TambiÈn podemos ver cÛmo corresponde al mito de Etana la clave 16 del Tarot, titulada la Casa de Dios, que nos representa la caÌda de dos personajes, uno de ellos coronado. Para la mayor parte de la gente esto hace alusiÛn a las empresas quimÈricas, como, por ejemplo, el descubrimiento de la Piedra filosofal que perseguÌan los sopladores, estos alquimistas vulgares, incapaces de penetrar el exoterismo de las alegorÌas hermÈticas.

En realidad la caÌda es una de las pruebas previstas en iniciaciÛn, y si sube el candidato es tan sÛlo para caer de mayor altura. Al atravesar el aire, en su caÌda, se verifica la purificaciÛn; es otro hombre, del todo distinto cuando llega a tierra, maltrecho sÌ, pero capaz de levantarse para proseguir su camino.

Para llegar a ser dueÒo de sÌ mismo, es del todo indispensable apartar la atenciÛn del mundo externo, para internarse en la noche de la personalidad verdadera; luego, despuÈs de haberse encerrado en sÌ mismo, hay que salir otra vez por medio de la sublimaciÛn inici·tica. Adem·s, no estamos destinados a vivir ni en nuestro fuero interno ni tampoco fuera de nosotros mismos. Una tarea nos espera en este mundo objetivo, del que somos parte integrante y, por lo tanto, no puede ser cuestiÛn de sumirnos en una vida meramente interna y, por lo mismo, absolutamente estÈril. El Iniciado sabe por descender en sÌ mismo, pero no malgasta el tiempo en la contemplaciÛn de su ombligo, a la manera de los anacoretas orientales. Tampoco ignora el camino de la salida

1 El septenario divino del mito de Etana corresponde a los planetas en el orden siguiente:

ANOU, Rey del Cielo, J ̇piter BEL, SeÒor de la Tierra, Saturno EA, Agua vaporizada, Eter, SabidurÌa Suprema, Mercurio SIN, Generador de las formas, ImaginaciÛn. Luna SHAMASH, Luz del Hombre, RazÛn. Sol ADAD, Fomentador de las tormentas. Marte ISTHAR, EnergÌa vital, encanto. Venus

sublimatoria, pero tiene buen cuidado en no quedarse en el limbo y, al contrario, se abandona a la caÌda salutaria.

La IniciaciÛn no tiene por objeto satisfacer las curiosidades indiscretas. No viene a revelar los misterios del infierno ni los del cielo; nos instruye tan sÛlo en los secretos de la Magna Obra y se limita a preparar, por una educaciÛn pr·ctica, obreros dÛciles a las directivas del G.A.D.

Gracias a su descenso, el candidato ha echado raÌces en las profundidades de su ser; su fuerza activa le estimula poderosamente y le infunde la indomable energÌa de los CÌclopes; luego, sin romper sus vÌnculos infernales, sumamente el·sticos y extensibles, emprende la subida y va a arrebatar el fuego del cielo, capacit·ndose para poder aplicar al trabajo las potencialidades, tanto superiores como inferiores. En esta uniÛn interna de los dos extremos estriba su poder de Iniciado.

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El candidato puede negarse a acometer la prueba, bastante poco atractiva, por cierto, en razÛn de los amenazadores torbellinos. Pero en Èste caso ser· cuestiÛn de contentarse con una sabidurÌa bastante estÈril: la del crÌtico h·bil en discernir los yerros humanos, pero incapaz de orientarse hacia la Verdad. En realidad, triste va a ser la suerte del sabio cuyo corazÛn se apiada de los duelistas y que su impotencia para disuadirlos le condena a perpetuidad a ser espectador de su contienda.

Semejante impotencia repugna al futuro Iniciado, quien, alej·ndose del campo de batalla, entra resueltamente en el rÌo. Hasta aquÌ, para no afiliarse a ning ̇n partido le bastaba quedar pasivo, y observar absoluta reserva, a fin de conservar su propio dominio. Ahora debe al contrario, desplegar toda su actividad para poder resistir la embestida de la corriente: Èsta corresponde a la presiÛn que determina el pensamiento en el individuo. Nuestro pensamiento es m·s colectivo de lo que nos imaginamos com ̇nmente. Todos los pensamientos emitidos en un ambiente ejercen, por sugestiÛn, una influencia sobre los cerebros comprendidos en su ·rea. Tenemos las ideas y la mentalidad de nuestro tiempo, de tal manera que, intelectualmente, no nos pertenecemos en absoluto, ni a ̇n cuando quedamos apartados de todo partido, puesto que nuestros pensamientos son, en realidad, la copia exacta de los que fluyen a nuestro alrededor. Resistir a la corriente simbÛlica es hacer acto de pensadores verdaderamente independientes; es librarnos de la moda en materia de pensamiento: las modalidades intelectuales del siglo, dejan de imponerse a nosotros y nuestra imaginaciÛn queda emancipada de la tutela de los convencionalismos.

De aquÌ en adelante podemos concebir ideas que escapan a la trivialidad fluvial. Aprendemos a comprender a los pensadores de la antig ̧edad cuando se expresan por medio de im·genes completamente desconocidas de nosotros en el presente. La filosofÌa nos inicia en las ciencias y las religiones del pasado. DespuÈs de franquear el rÌo quedamos purificados de todo cuanto enturbiaba nuestro espÌritu.

Desde Èste momento somos capaces de forjarnos una filosofÌa liberal y amplia y podemos llegar en el dominio religioso hasta el catolicismo integral, gracias a la asimilaciÛn del esoterismo, generador de creencias esencialmente universales.

Podemos ahora comprender el significado de la prueba del Agua a la que ha de someterse el pensador que no quiere limitarse a pensar superficialmente como la masa de sus contempor·neos. De quedar esclavo de los prejuicios de su tiempo y de su ambiente, le fuera del todo imposible entrar en comuniÛn con los sabios que pensaron antes que Èl y cuya herencia imperecedera debe recoger. Purifiquemos nuestra imaginaciÛn y, de tal suerte, podr· reflejar, sin deformarlas, las im·genes reveladoras de los misterios tradicionales. Lo precioso no puede perderse. .. verdad, que nos importa conocer, se conserva viva y la perciben los cerebros que han sabido hacerse receptivos a las ondas de una telefonÌa sin hilos, tan vieja como el mundo.

La IniciaciÛn enseÒa el Arte de Pensar, o sea el Arte Supremo, el Arte Real, el Gran Arte por excelencia.

El iniciado debe esforzarse en pensar de una manera superior y, para lograrlo, debe romper toda comunicaciÛn con los pensamientos de orden inferior, neg·ndose por un lado a tomar parte en las querellas de partido, a fin de conservar la plena independencia de su juicio, y teniendo cuidado, por otro lado, de no asimilarse sin previo examen las concepciones ajenas que forman el torrente de la opiniÛn p ̇blica. Respecto a Èsta ̇ltima, el pensador mantiene una actitud independiente y sabe resistir a la corriente que arrastra a los dÈbiles. Exteriorizando su fuerza, evita el dominio intelectual de su siglo y la tiranÌa del ambiente. Vencedor del torrente, el Iniciado lo domina desde la orilla, en donde ha sentado sus reales con firmeza.

Purificado por el agua frÌa que ha templado sus energÌas, el vencedor del elemento fluido se impone ya al rÌo, que nada puede contra su firmeza sin duda alguna no tiene el poder de mandar a su antojo la impetuosa corriente; sin embargo, una imaginaciÛn lÌmpida, en pura calma ejerce siempre una poderosa influencia sobre los ·nimos pasivos y les ayuda a afinar y esclarecer sus ideas.

El soÒador que sueÒa inici·ticamente al ensueÒo, y el ensueÒo engendra al sentimiento que har· surgir la acciÛn. Todo cuanto ha de realizarse empieza por ser imaginado.

Al triunfar del rÌo el adepto pone tÈrmino al Trabajo al blanco de los filÛsofos hermÈticos. No tiene todavÌa el poder de transmutar el plomo en oro, pero en su viaje en busca de este ideal, se detiene de momento para producir la plata, sÌmbolo de lo sentimental e imaginativo. .. metal depura las almas y las encamina hacia la realizaciÛn de su ensueÒo.

Pero el soÒador ansioso de ejercer su influencia de transmutaciÛn debe quedar completamente libre; para no ser esclavo de nada, es indispensable que tenga entera posesiÛn de sÌ mismo sin pertenecer a nadie m·s.

Tengamos en cuenta que Èsta estricta posesiÛn de sÌ mismo no tiene nada de egoÌsta; no es posible alcanzarla; en efecto, sin antes haberse abandonado para dejarse guiar por el dios interno a quien ha descubierto al apartar la atenciÛn del mundo sensitivo descendiendo hasta las profundas tinieblas de la propia personalidad. El Iniciado se libera, y si entra en plena posesiÛn de sÌ mismo es para darse luego a los dem·s.

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Wirth Oswald El ideal iniciatico

Asignatura: Materiales para ingenieria (15105)

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OSWALD WIRTH
EL IDEAL INICIÁTICO