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La capacidad para estar a solas 1958
Asignatura: Psicología clínica II
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Universidad: Universidad Argentina John F. Kennedy
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La capacidad para estar a solas 1958
Quisiera llevar a cabo un examen de la capacidad individual para estar a solas, partiendo del supuesto de que
esta capacidad constituye uno de los signos más importantes de madurez dentro del desarrollo emocional. En la
casi totalidad de los tratamientos psicoanalíticos llega un momento en que la aptitud para estar a solas resulta
importante para el paciente. Desde el punto de vista clínico, ello puede estar representado por una fase o sesión
en silencio que, lejos de indicar resistencia por parte del paciente, es en realidad un logro, casi diría que una
proeza. Quizá sea la primera vez que el paciente ha sido capaz de estar a solas. Precisamente es sobre este
aspecto de la transferencia, cuando el paciente se encuentra a solas durante la sesión analítica, que deseo
llamar la atención. Probablemente puede afirmarse que la literatura psicoanalítica ha dedicado mayor atención
al temor y al deseo de estar a solas que a la aptitud para ello; asimismo, se han hecho considerables trabajos
sobre el estado de replegamiento, organización defensiva que presupone el temor del paciente a ser
perseguido. Mucho me parece que desde hace tiempo se echa de menos un estudio de los aspectos positivos
de la capacidad para estar a solas. Puede que los escritos psicoanalíticos hayan tratado de definir esta
capacidad, pero yo no tengo constancia de ello. Quisiera remitirme al concepto Freudiano de la relación
anaclítica (Freud, 1914; cf. Winnicott, 1956 a). Las relaciones triangulares y bicorporales Paradoja Rickman fue
el primero en hablar de las relaciones triangulares y bicorporales. A menudo nos referimos al complejo de Edipo
como la fase en que las relaciones triangulares dominan el campo deja experiencia. Todo intento de describir el
complejo de Edipo en base a una relación entre dos personas fracasará inevitablemente. Sin embargo, la
relación bipersonal existe en realidad, si bien restringida a fases relativamente tempranas de la historia del
individúo. La primera relación bipersonal es la del niño con la madre real o sustitutiva, antes de que el niño haya
escogido alguna de las propiedades de la madre para forjarse con ella la idea de un padre. El concepto kleiniano
de la posición depresiva puede describirse en términos de relaciones bipersonales, siendo tal vez posible
afirmar que este tipo de relación constituye un rasgo esencial de dicho concepto. Ya que hemos hablado de
relaciones bipersonales y triangulares, ¿no sería lo natural que hablásemos de relaciones unipersonales? De
buen principio parece que el narcisismo, ya sea secundario o primario, constituye la relación unipersonal por
antonomasia. Pues bien, es imposible pasar bruscamente de las relaciones bipersonales a la relación
unipersonal sin infringir gran parte de lo que hemos llegado a saber mediante nuestros trabajos analíticos y a
través de la observación directa de madres y niños. La soledad real Mis lectores se habrán dado cuenta de que
no estoy refiriéndome al hecho de estar realmente solo. Así, habrá personas incapaces de estar a solas. Escapa
a la imaginación la intensidad de sus sufrimientos. No obstante, son muchas las personas que, antes de salir de
la niñez, ya han aprendido a gozar de la soledad y que incluso llegan a valorarla como uno de sus bienes más
preciosos. La capacidad para la soledad es susceptible de presentarse bajo dos aspectos: o bien como un
fenómeno sumamente «refinado» que aparece en el desarrollo de la persona después de la instauración de las
relaciones triangulares o, por el contrario, como un fenómeno de las primeras fases de la vida que merece un
estudio especial por tratarse de la base sobre la que se edificará la capacidad para el tipo de soledad descrito
en primer lugar. Pasaremos a enunciar seguidamente el punto principal del presente estudia: si bien la
capacidad para estar solo es fruto de diversos tipos de experiencias, sólo una de ellas es fundamental, sólo hay
una que, de no darse en grado suficiente, impide el desarrollo de dicha capacidad; se trata de la experiencia,
vivida en la infancia y en la niñez, de estar solo en presencia de la madre. Así, pues, la capacidad para estar
solo se basa en una paradoja; estar a solas cuando otra persona se halla presente. Ello lleva implícita una
relación de índole bastante especial: la que existe entre el pequeño que está solo y la madre real o sustitutiva
que está con él, aunque lo esté representada momentáneamente por la cuna, el cochecito o el ambiente general
del entorno inmediato. Quisiera proponer un nombre para este tipo especial de relación. A mí, personalmente,
me gusta emplear el término relación del ego, ya que ofrece la ventaja de contrastar can bastante claridad con el
término relación del id, tratándose esta última de una complicación que aparece con periodicidad en lo que
podríamos denominar «la vida del ego». La relación del ego se refiere a la relación entre dos personas, una de
las cuales, cuando menas, está sola; tal vez las dos lo estén, pero, de todos modos, la presencia de cada una
de ellas es importante para la otra. Creo que si comparamos el significado de los verbos «gustar» y «amar»,
veremos que el primero se refiere a una relación del ego, mientras que el segundo tiene más que ver con las
relaciones del id, ya sean sin ambages o en forma sublimada. Antes de proceder a desarrollar estas dos ideas a