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319407463-Conformidad Myers para analisis

Conformidad Myers para análisis es un breve análisis creado para que l...
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Psicología General (PSI-1000)

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"Todo lo que aplaste la individualidad es despotismo, cualquiera que sea el nombre que queramos darle." John Stuart Mill, Sobre la libertad, 1859.

"Las presiones sociales que la comunidad impone son un fundamento de nuestros valores sociales."

Amitai Etzioni, El espíritu de la comunidad, 1993.

¿Qué es la conformidad? ¿ Cuáles son los estudios clásicos de la conformidad? Estudios de Sherif sobre la formación de normas Estudios de Asch sobre la presión de los grupos Experimentos de obediencia de Milgram ¿Qué produce la obediencia? Reflexiones sobre los estudios clásicos ¿Qué predice la conformidad? Tamaño del grupo Unanimidad Cohesión

Posición social Respuesta pública Falta de compromiso previo ¿Por qué conformarse? ¿ Quién se conforma? Personalidad Cultura ¿ Cómo se resiste la presión social a conformarse? Reactividad Afirmación de la singularidad Post scriptum personal: Sobre ser un individuo en la comunidad

capítulo 6

Conformidad

S

in duda, usted habrá experimentado este fenómeno. Cuando concluye un orador polémico o un concierto de música, los seguidores fieles de la primera fila se le- vantan y aplauden. Las personas que los aprueban y que se sientan detrás siguen su ejemplo y se unen a la ovación de pie. Enseguida, la ola de gente que se incorpora lle- ga hasta quienes, sin esta incitación, no darían más que un aplauso cortés desde la co- modidad de sus asientos. Situado entre ellos, una parte de usted quisiera quedarse sentado ("este orador no representa en lo absoluto mis opiniones"). Pero a medida que se extiende el entusiasmo, ¿se quedará sentado solo? No es fácil ser una minoría ~ 'Oe uno. Estas escenas de condescendencia suscitan las preguntas del capítulo:

  • ¿Por qué, dada la diversidad de los individuos en los grupos grandes, su com- portamiento suele ser tan uniforme?
  • ¿Bajo qué circunstancias se conforma la gente?
  • ¿Algunas personas son más proclives a acatar que otras?
  • ¿Quiénes resisten la presión para condescender?
  • ¿La conformidad es tan mala como implica la imagen que tengo de una dócil "manada "? ¿Debería mejor hablar de "solidaridad del grupo" o de "sensibili- dad social"?

Empecemos por la última pregunta. ¿La conformidad es buena o mala? No tiene una respuesta científica, pero, dados los valores que la mayoría compartimos, pode- mos decir que la condescendencia es unas veces mala (cuando lleva a alguien a beber y manejar o a comportarse de forma racista), otras buena (cuando inhibe a la gente

210 parte dos

conformidad Cambio en el comportamiento o creencias para estar de acuerdo con otros.

obediencia Conformidad que consiste en actuar públicamente de acuerdo con una petición implícita o explícita, de la que en privado se disiente.

acatamiento Actuar según una orden directa.

Copyright © The New Yorker Collection, 2003 , Alex Gregory, tomado d e cartoonbank. Todos los d erechos reservados.

Influencia social

para que no se meta en la fila del cine), y otras más no tiene consecuencias (como cuando dispone a los tenistas a vestirse de blanco).

¿ Qué es la conformidad?

Como quiera que sea, la palabra" conformidad" conlleva un juicio de valor negativo. ¿ Cómo se sentiría si, inadvertidamente, escuchara que alguien lo llama a usted un "verdadero conformista"? Sospecho que herido, porque pertenece a una cultura occi- dental que no aprecia el sometimiento a las presiones de los semejantes. Por eso, los psicólogos sociales de Norteamérica y Europa, reflejando su cultura individualista, le asignan etiquetas negativas al término (conformidad, sumisión, obediencia) en lugar de calificativos positivos (sensibilidad comunitaria, capacidad de respuesta o aten- ción, interacción cooperativa de grupo). En Japón, coincidir con los demás no es señal de debilidad, sino de tolerancia, au- tocontrol y madurez (Markus y Kitayama, 1994). "En cualquier lugar de Japón -ob- serva Lance Morrow (1983)-se percibe una intrincada serenidad en gente que sabe exactamente qué se espera de unos y otros." La moraleja es: escogemos las etiquetas que concuerdan con nuestros valores y jui- cios. Algunos pensaron que los legisladores estadounidenses que se opusieron a la guerra de Irak como "independientes" y "autocráticos", pero vieron a los que emitie- ron votos impopulares contra la legislación de derechos civiles como "reaccionarios" y "egoístas". Las etiquetas describen así cómo evalúan, y son inevitables. No pode- mos discutir los temas de este capítulo sin calificativos. Por consiguiente, seamos cla- ros sobre el significado de las siguientes etiquetas: conformidad, obediencia y aceptación. La condescendencia no sólo es actuar como los demás; consiste en ser afectado por cómo actúan ellos. Es comportarse de forma diferente de como lo haríamos solos. Así, la conformidad es un cambio en la conducta o las creencias, de acuerdo con los de- más. Cuando usted, como parte de una multitud, se levanta y corea el gol con el que gana su equipo, ¿se conforma? Cuando, junto con millones de personas, bebe leche o café, ¿se conforma? Cuando usted y todos los demás coinciden en que las mujeres se ven mejor con pelo largo que muy corto, ¿se conforma? Quizá, o quizá no. La clave está en si su comportamiento y sus creencias serían las mismas fuera del grupo. ¿Se levantaría a gritar el gol si fuera el único aficionado en las tribunas? La condescen- dencia tiene variedades (Nail y otros, 2000). Veamos dos, la obediencia y la acepta- ción. A veces nos plegamos a una expectativa o solicitud, sin pensar realmente en lo que hacemos. Nos ponemos corbata o vestido aunque no nos guste. Esta conformidad externa es la obediencia. En general, nos conformamos para cosechar un premio o evitar un castigo. Si nuestra obediencia responde a una orden explícita, la llamamos acatamiento.

"Claro que sigo al rebaño pero, ¿sabes?, no es por obediencia irreflexiva, sino por un respeto profundo y duradero por el concepto de comunidad. "

212 parte dos

fenómeno autocinético Pormismo (auto) movimiento (cinético). Fenómeno de movimiento aparente de un punto de luz fijo en la oscuridad.

cómplice Cooperador de un experimentador.

Influencia social

ticas importantes de la influencia social cotidiana. Consideremos tres experimentos destacados que proveen un método para estudiar la conformidad, así como algunos de sus sorprendentes resultados.

ESTUDIOS DE SHERIF SOBRE LA FORMACiÓN DE NORMAS El primero de los tres análisis clásicos tiende un puente entre el enfoque del capítulo 5 sobre el poder de la cultura para crear y perpetuar normas arbitrarias, y el interés del presente capítulo en la conformidad. Muzafer Sherif (1935,1937) se preguntó si se- ría posible observar en el laboratorio la aparición de una norma social. Como los bió- logos que tratan de aislar un virus para poder experimentar con él, Sherif quería aislar y experimentar con la formación de normas. Si usted fuera participante en uno de los experimentos de Sherif, se encontraría sentado en un cuarto oscuro. Frente a usted, a 4 metros, aparecería un punto de luz. Al principio no sucede nada. Luego, durante algunos segundos, el punto se mueve erráticamente y desaparece. Usted tiene que calcular cuánto se desplazó. El lugar os- curo no le da ningún medio para juzgar la distancia, así que usted propone un titu- beante "15 centímetros". El experimentador repite el procedimiento. Esta vez, usted dice: "25 centímetros". Con las repeticiones, sus cálculos promedian alrededor de 20 centímetros. Al día siguiente, usted regresa al laboratorio y se une a dos personas más que el día anterior habían tenido la misma experiencia. Cuando la luz desaparece por primera vez, los otros hacen el cálculo 10 mejor que pueden, como el día anterior. Uno dice: "dos centímetros y medio". El otro, "cinco centímetros". Un poco desanimado, usted aventura: "15 centímetros". Con las repeticiones de esta experiencia en grupo, tanto ese día como los dos siguientes, ¿cambiarán sus respuestas? Los hombres de la Uni- versidad Columbia a los que Sherif sometió a prueba cambiaron notablemente sus cálculos. Como se ve en la figura 6-1, aparecía una típica norma de grupo (una que era falsa. ¿Por qué? Porque la luz nunca se movió; Sherif aprovechó una ilusión ópti- ca llamada fenómeno auto cinético ). Sherif y otros se han valido de esta técnica para responder preguntas sobre la capa- cidad de sugestión de las personas. Cuando se volvió a probar a las personas al cabo de un año, ¿sus cálculos volvieron a variar, o se apegaron a la norma del grupo? Co- mo hecho notable, continuaron ceñidos a ella (Roher y otros, 1954). (¿Esto le indica obediencia o aceptación?) Robert Jacobs y Donald Campbell (1961), sorprendidos por semejante fuerza de la cultura para perpetuar creencias falsas, estudiaron su transmisión en el laboratorio de la Universidad de Northwestern. Valiéndose del fenómeno del movimiento aparente, hicieron que un cómplice diera un cálculo inflado de cuánto se movía la luz. Luego, esa persona dejaba el experimento y era reemplazado por un nuevo sujeto, quien a su vez era sustituido por un tercer participante. La ilusión inflada persistió (aunque dis- minuida) durante cinco generaciones de concurrentes. Estas personas se habían con- vertido en "conspiradores indeliberados en la perpetuación de un fraude cultural". La lección de estos experimentos es: nuestros puntos de vista de la realidad no son sólo nuestros. En la vida cotidiana, los resultados de la sugestión a veces son sorprendentes. Una persona tose, ríe o bosteza, y otros hacen lo mismo. Las pistas con risas en los progra- mas cómicos aprovechan nuestra capacidad de sugestión. El solo hecho de rodearnos de gente feliz nos hace sentir mejor, un fenómeno que Peter Totterdell y sus colabora- dores (1998) llaman "enlace de ánimo". En sus estudios de enfermeras y contadores británicos, personas de los mismos grupos tendían a compartir las altas y bajas del es- tado de ánimo.

Conformidad

Movimiento estimado, en pulg~das 10 ,---------------- ---------''-

Individuo

8:1----1--

r-r ------',......~;;¡:_ -I - '· ,'o

Otra forma de contagio social es lo que Tanya Chartrand y John Bargh (1999) lla- man el"efecto camaleón". Imagínese en uno de sus experimentos, trabajando junto a una cómplice que de tiempo en tiempo se frota el rostro o sacude el pie. ¿Usted (como aquellos participantes) se inclinaría a hacer lo mismo si tuviera frente a una persona que actúa de esta forma? En ese caso, sería probablemente un comportamiento auto- mático, llevado a cabo sin intención consciente de conformarse, que lo llevaría a sen- tir lo que sintiera la otra persona (Neumann y Strack, 2000). La sugestión también se da en gran escala. A finales de marzo de 1954, los perió- dicos de Seattle notificaron de daños a los parabrisas de los automóviles en una ciu- dad a 130 kilómetros al norte. En la mañana del 14 de abril se informó de averías semejantes a 100 kilómetros de distancia, y más tarde, ese mismo día, a 75 kilómetros. Al anochecer el responsable de esos desastres había llegado a Seattle. Antes de que acabara el 15 de abril, la po.}icía local había recibido que- jas por destrucción en m ~ de 3 000 automóviles (Meda- lia y Larsen, 1958). En la tarde, el alcalde de Seattle llamó al presidente Eisenhower para pedirle ayuda.

capitulo 6 213

figura 6- 1 Grupo de muestra del estudio de Sherif sobre la formación de normas. Tres individuos convergen al dar cálculos repetidos del movimiento aparente de un punto d e luz. Fuente: Datos tomados de Shel'i f y Shel'if, 19 69, pág. 209 ,

" ¿Por qué el bostezo de un hombre hace que otro bostece?" Rober t Burton, A natomy of Me/ancho/y, 1621

Copyright © The New Yorker Collection, 2000, Mick Stevens, tomado de cartoonbank. Todos los derechos reservados

En aquel entonces yo vivía en Seattle y era un niño de 11 años. Recuerdo que inspeccioné nuestro parabrisas, asustado por la explicación de que alguna prueba de una bomba H en el Pacífico estuviera dejando caer su lluvia radiactiva sobre nosotros. Sin embargo, el 16 de abril los periódicos sugirieron que el verdadero culpable podría ser la sugestión en masa. Después del 17 de abril se ter- minaron las quejas. En un análisis posterior, se concluyó que la causa fue el daño ordinario que provocaban las ca- rreteras. ¿Por qué nos dimos cuenta hasta después del 14 de abril? Dada la sugestión, teníamos que mirar atenta- mente los parabrisas en lugar de ver a través de ellos.

"No sé por qué, pero de pronto me entraron ganas de hablar por teléfono. "

Conformidad

rrieron dos muertes, hubo siete intentos y 23 estudiantes refirieron pensamientos sui- cidas (Joiner, 1999; Jonas, 1992). En Alemania y en Estados Unidos se incrementaron ligeramente los índices, luego de suicidios de personajes de ficción en comedias de te- levisión y, por una ironía, también después de melodramas que se ocupan de este pro- blema (Gould y Shaffer, 1986; Hafner y Schmidtke, 1989; Phillips, 1982). Phillips seIi que los adolescentes son más susceptibles al respecto, un resultado que expli- caría las muertes de este tipo, por imitación, entre grupos de adolescentes.

ESTUDIOS DE ASCH SOBRE LA PRESiÓN DE LOS GRUPOS En los experimentos auto cinéticos de Sherif, los sujetos enfrentaban una realidad am- bigua. Consideremos un problema de percepción menos ambiguo que sufrió un chi- co llamado Saloman Asch (1907- 1996). Mientras asistía a la tradicional celebración judía del Sederim en la Pascua, Asch recordaba:

Le pregunté a mi tío, que estaba sentado junto a mí, por qué habían abierto la puerta. Me contestó que "esta tarde el profeta Elías visita todos los hogares y toma un sorbo de vino, en una copa reservada para él". Me sorprendió esta noticia, e insistí: "¿Viene realmente? ¿Se lo toma de veras?" Mi tío dijo: "Si miras muy de cerca, cuando la puerta esté abierta, verás (si te fijas en la copa) que el contenido bajó un poquito". y eso fue lo que ocurrió. Pegué los ojos al recipiente. Estaba determinado a ver si ha- bía algún cambio. Me pareció que era una tortura y, desde luego, era difícil estar seguro de que algo pasaba en la boca de la copa y que el vino bajaba un poco (Aran y Aran, 1989 , pág. 27). Mas después, el psicólogo social Asch recreó su experiencia infantil en ellaborato- rio. Imagínese corno un sujeto voluntario de Asch. Está sentado en el sexto lugar de una fila de siete personas. Después de explicarle que participará en un estudio de juicios perceptuales, el investigador le pide que diga cuál de las tres líneas de la figura 6-2 es igual a la línea de criterio. Es fácil ver que se trata de la segunda, así que no es de sor- prender que las cinco personas anteriores a usted también respondan: "la número 2". La siguiente comparación es igualmente sencilla, y usted se preparará para lo que parece un experimento fácil. Sin embargo, la tercera prueba lo sobresalta. Aunque la respuesta correcta parece clarísima, la primera persona responde equivocadamente. Cuando la segunda da la misma respuesta errónea, usted se aferra a su silla y mira fi- jamente las cartas. El tercer participante concuerda con los dos primeros. Usted abre la boca y comienza a sudar. "¿Qué ocurre? -se pregunta-¿Están ciegos, o el que no ve soy yo?" La cuarta y la quinta personas coinciden con las otras. Luego, el experi- mentador lo mira a usted ... Se encuentra ante un dilema epistemológico: "¿Cómo voy a saber lo que es verdad!, ¿lo que aseguran mis compaIi o lo que dicen mis ojos?" Docenas de universitarios pasaron por este dilema durante los experimentos de Asch. Los sujetos de la condición de control, que respondieron solos, acertaron más de 99 'por ciento de las veces. Asch se preguntó: si varias personas (cómplices instruidos por el t"iil ,experimentador) dieran la misma respuesta t1:; equivocada, ¿la gente afirmaría lo que en f}:i;l ·etras circunstancias hubiera negado? Aun- que al gunos individuos nunca se conforma- ron, tres cuartas partes lo hicieron, por lo menos, una vez. En total, 37 por ciento de tlas respuestas fueron de conformidad (¿o deberíamos decir que de "confianza en los

capítulo 6 215

####### figura 6- 2

Comparación de muestra del procedimiento de conformidad de Solomon Asch. Los participantes juzgaban cuál de las tres IÚleas de comparación correspondía a la de comparación.

216 parte dos Influencia social

En uno de los experimentos de conformidad de Asch (arriba), el sujeto número 6 se siente incómodo y en conflicto, luego de oír que las cinco personas anteriores a e dieron una respuesta equivocada.

u Aquel que vea la verdad, proc1ámela sin preguntar quién la defiende ni quién se opone."

  • Henry Geol'ge, Tire Irish Land Question, 1881.

Nota sobre ética: La ética profesional dicta que se explique el experimento al terminarlo (véase el capítulo 1). Imagínese que fuera un experimentador que acabara de finalizar una sesión con un participante conformista. ¿Podría explicar el engaño, sin hacer que la persona se sienta crédula y tonta?

demás"?). Desde luego, eso significa que 63 por ciento de las veces la gente no con- descendió. A pesar de la independencia mostrada por muchos participantes, las opi- niones de Asch (1955) sobre la conformidad fueron tan dar as como las respuestas correctas a sus preguntas: "Que jóvenes razonablemente inteligentes y bienintencio- nados estén dispuestos a llamar blanco al negro es preocupante. Ello suscita cuestio- namientos sobre nuestros estilos de educación y sobre los valores que guían nuestra cond ueta". El procedimiento de Asch se convirtió en la norma de cientos de estudios posterio- res. Todos estos experimentos carecieron de lo que en el capítulo 1 llamamos "realismo mundano" de la conformidad cotidiana, pero poseían un "realismo experimental". Las personas se involucraron emocionalmente en la experiencia. Los resultados de Sherif y Asch sorprenden porque no involucraron ninguna presión manifiesta para que los par- ticipantes se ajustaran: no había recompensas por "hacer equipo" ni se castigaba el in- dividualismo. Si la gente se conforma en reacción a tan mínimas presiones, ¿en qué medida obedecerán si es sometida a una coerción directa? ¿Alguien puede obligar a un ciudadano estadounidense o británico a realizar actos crueles? Yo diría que no: sus va- lores humanistas, democráticos e individualistas los harían resistir las presiones. Por otro lado, las fáciles respuestas verbales de estos experimentos están muy lejos de las- timar verdaderamente a nadie: ni usted ni yo nos dejaríamos presionar hasta causar daño a otro. ¿O sí? Eso se preguntó el psicólogo social Stanley Milgram.

EXPERIMENTOS DE OBEDIENCIA DE MILGRAM En los experimentos de Milgram (1965, 1974) se estudió qué pasa cuando las exigen- cias de la autoridad chocan con las demandas de la conciencia. Estas pruebas se con-

218 parte dos Influencia social

tabla 6-1 Esquema de las protestas del estudiante en los experimentos de la "dolencia cardiaca" de Milgram

¿Hasta dónde llegaría usted? Milgram describió el experimento a 110 psiquiatras, estudiantes universitarios y adultos de clase media. Todos ellos supusieron que deso- bedecerían hacia los 135 voltios; ninguno creyó que iría más allá de los 300. Como Milgram sabía que los cálculos personales manifiestan tendencias favorecedoras, les preguntó hasta dónde pensaban que llegarían otras personas. Prácticamente ninguno conjeturó que alguien pudiera continuar hasta la marca XXX en el tablero de descar- gas (los psiquiatras calcularon que lo haría uno en mil). Pero cuando Milgram realizó esta prueba con 40 hombres (sujetos de entre 20 y 50 años de diversas profesiones), 26 de ellos (esto es, 65 por ciento) continuaron hasta 450 voltios. De hecho, todos los que llegaron a 450 obedecieron la orden de continuar el procedimiento hasta que, después de dos ensayos más, el hombre de la bata gris los detuvo. Como había esperado una tasa baja de obediencia y tenía planes de repetir la fórmu- la en Alemania para evaluar las diferencias culturales, Milgram se sentía preocupado

C onformidad

Por,cemtai,e de participantes aún obedientes 1'OQ, r--IIiI:CiI-iIICISII;::z;;a.--------- - ----:...::::~~~ ::J; ':,/s El estudiante se queja 90 1--------..... ------------------- ·'1.: Suplica que lo liberen

':'(:,~ á&I- -------~ .... ----~ ---------

(A. Milgram, 2000). Así que en lugar de ir a Alemania, hizo más apremiantes las pro- testas del estudiante durante la prueba. Cuando éste se hallaba atado a su silla, el maestro lo oía mencionar su "ligera afección cardiaca" y escuchaba también que el experimentador lo tranquilizaba diciendo que" aunque las descargas duelan, no producían daño permanente en los tejidos". Las protestas angustia- das del estudiante sirvieron de poco: de los 40 nuevos su- jetos del experimento, 25 (63 por ciento) obedecieron todas las exigencias del experimentador (figura 6-4).

La ética de los experimentos de Milgram

La obediencia de los partic ~Jfl tes preocupaba a Milgram. Los procedimientos que siguíó inquietaron a muchos psi- cólogos sociales (Miller, 1986). El "estudiante" de estos ex- perimentos en realidad no recibía ninguna descarga (se liberaba de la silla eléctrica y accionaba una grabadora que producía las protestas). Sin embargo, algunos críticos dije- ron que Milgram les hacía a sus participantes lo que ellos a sus víctimas: obligarlos en contra de su voluntad. De he- cho, muchos de los "maestros" sufrieron: sudaban, tembla- ban, tartamudeaban, se mordían los labios, gruñían o, incluso, estallaban en risas nerviosas incontrolables. Un reseñista del New York Times se quejó de que la crueldad infligida en los experimentos" a sujetos desprevenidos sólo la sobrepasa la maldad que obtuvieron de ellos" (Marcus, 1974). Los críticos también afirman que es posible que se haya alterado el autoconcepto de los participantes. La esposa de uno le dijo: "Ya puedes llamarte Eichmann" (en re- ferencia a Adolf Eichmann, director de los campos nazis de exterminio). La cadena de

capítulo 6 219

figura 6- El experimento de obediencia de Milgram. Porcen taje d e participantes que obedecieron, a pesar de los gritos d e protesta d el estudiante y su incapacidad p ara resp onder. Fuente: Tomado d e Milgram, 1965,

Un participante obediente en la condición de "toque" de Milgram empuja la mano de la víctima hacia la parrilla de descarga. Sin embargo, por lo regular los "maestros" eran más misericordiosos con las víctimas que estuvieran cerca de ellos.

Conformidad

zo eran las que h a b í~n ' visto imágenes de ultrasonido de su bebé donde se hubieran apreciado Claramente 'partes del cuerpo,

Cercaní~Ylegltirnldad dela autoridad"

La presencill física del experimentador también tuvo un efecto en la obediencia. Cuando Milgrarndaba las6rdenes' por teléfono, el acatimuento'completo cayó a 21 por' ciento (aunque muchos mintieron y dijeron que lo habían hecho). En otros estu- dios se confirmó que cuando el que hace la petición está físicamente cerca, aumenta la obediencia. Si se da a la gente un ligero toque en el brazo, es más probable que regale una moneda, firme una petición o pruebe una nueva pizza (Kleinke, 1977 ; Smith y otros, 1982 ; Willis y Hamm, 1980). Ahora bien, hay que percibir que la autoridad es legítima. En otra versión de la prueba básica, el experimentador re cibía una llamada te lefónica, amañada, en la que se le solicitaba que saliera del laboratorio. Éste decía al " maestro'; que como el equipo registraba los datos automáticamente, podía continuar sin él. Cuando dejaba el lugar, otra persona, que representaba, el papel de un oficinista (y eh 're alidad era"otro 'éóm- plice) tomaba el mandó. Este individuo "decidía ' que la descarga debía incrementar- se, un nivel con Cada respuesta equivocada; e instruía así al maestro. En este caso, 80 por ciento de éstos se negó a obedecer por completo. El cómplice, fingiendo enojo por esta osadía, se sentaba frente al generador de descargas y trataba de asumir las fun- cione del maestro. En ese momento casi todos los participantes desobedientes protes- tabamAlgunostrataron de desconectar, el generador. Un hom,bre alto levantó al celoso cómplice de su silla y lo arrojó al otro lado de la habitación. Esta rebelión con-

copitulo 6 221

222 parte dos Influe ncia s ocial

Si reciben órdenes, la mayoría de los soldados incendiarían hogares o matarían, conductas que en otros contextos les parecerían inmorales.

tra una autoridad ilegítima contrastó agudamente con la cortesía y la deferencia que se prestaban generalmente ante el experimentador. Lo anterior también contrasta con la conducta de las enfermeras de un hospital quienes, en un estudio, eran llamadas por un médico desconocido que les ordenaba que aplicaran una evidente sobredosis de algún medicamento (Hofling y otros, 1966). Los investigadores le explicaron el ex perimento a un grupo de enfermeras y estudian- tes de esta carrera y les preguntaron cómo hubieran reaccionado. Casi todas dijeron que no hubieran obedecido. Una aseguró que habría respondido esto: "Lo siento, doc- tor, pero no estoy autorizada a dar ningún medicamento sin una orden por escrito, so- bre todo con una dosis tan mayor a la normal, a la que estoy acostumbrada. Si fuera posible, lo haría con mucho gusto, pero va contra las reglas del hospital y contra mis propias normas éticas." Sin embargo, cuando 22 de sus colegas recibieron efectiva- mente la orden de administrar la sobredosis, todas -excepto una-obedecieron sin demora (hasta ser interceptadas en su camino rumbo al paciente). Aunque no todas las enfermeras son tan obedientes (Krackow y Blass, 1995; Rank y Jacobson, 1977), éstas seguían un guión conocido: el doctor ordena (como autoridad legítima); ellas acatan. La obediencia a la autoridad legítima también se dio en el extraño caso del" dolor de oído en el recto" (Cohen y Davis, 1981). Un médico ordenaba gotas óticas para un paciente que tenía una infección en el oído derecho. En la receta, abreviaba "aplicar en el oído derecho" [en inglés, place in right ear] como "place in R ear" [que se lee como rear, "trasero"]. Al leer la orden, la enfermera, obedientemente, ponía las gotas solici- tadas en el recto del paciente.

Autoridad institucional Si el prestigio de la autoridad es importante, entonces quizás el honor institucional de la Universidad de Yale legitimó las órdenes en el experimento de Milgram. En entre- vistas posteriores a la prueba, muchos participantes dijeron que de no haber sido por la reputación de Yale no habrían hecho caso. Para determinar si esto era verdad, Mil- gram se trasladó a Bridgeport, Connecticut. Se instaló en un edificio comercial modes- to, con el nombre de "Research Associates of Bridgeport". Cuando el experimento habitual del "trastorno cardiaco" se realizaba con el mismo personal, ¿qué porcentaje

224 parte dos Influencia social

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Comportamiento y actitudes En el capítulo 4 vimos que las actitudes no determinan el comportamiento cuando las influencias externas rebasan las convicciones internas. Estos experimentos ilustran ví- vidamente tal principio. Cuando los sujetos de Asch respondían por su cuenta, casi siempre daban la actitud correcta. Otra cosa sucedía cuando estaban solos contra un grupo. En los experimentos de obediencia, una presión social poderosa (las órdenes del experimentador) superaba una más débil (las súplicas lejanas de la víctima). Desga- rrado entre estas súplicas y aquellas órdenes, entre el deseo de no causar un daño y el de ser un buen sujeto, un número sorprendente de personas eligió obedecer. ¿Por qué los sujetos no lograron desligarse? ¿Cómo quedaron atrapados? Imagine que usted es el maestro en otra versión de la prueba de Milgram, una que nunca se materializó. Supongamos que cuando el estudiante diera la primera respuesta, el ex- perimentador le pidiera que lo castigara con 330 voltios. Después de manipular el in- terruptor, usted oye que grita, se queja de una dolencia cardiaca y ruega piedad. ¿Continuaría usted? Me parece que no. Recuerde el entrampamiento paso a paso que vimos en el fenó- meno del "pie en la puerta" (capítulo 4) y comparémoslo con este experimento hipo- tético, con lo que vivieron los sujetos de Milgram. El primer compromiso fue suave: 15 voltios, y no suscitó ninguna protesta. Usted también habría estado de acuerdo en aplicar esa cantidad. Cuando se descargaban 75 voltios y oían el primer gruñido del estudiante, ya habían obedecido cinco veces. En la siguiente prueba, el experimenta- dor les pedía que cometieran un acto apenas ligeramente más grave que el que ya ha- bían realizado repetidas veces. Cuando suministraban 330 voltios, luego de 22 actos de obediencia, los sujetos habían reducido parte de su disonancia. Por consiguiente, estaban en un estado psicológico diferente al de alguien que comenzara el experiInen-

Conformidad

to en ese punto. Como vimos en el capítulo 4, el comportamiento externo y la dispo- sición interna pueden incitarse recíprocamente, a veces en una espiral creciente. Así, escribió Milgram (1974, pág. 10):

Muchos sujetos devaluaron duramente a la víctima, como consecuencia d e actuar en su contra. Comentarios de este tipo fueron comunes: "Era tan estúpido y torpe que se m ere- cía las descargas". Después de actuar contra el estudiante, consideraban necesario verlo como un individuo sin valor, cuyo castigo era inevitable por sus propias fallas de inteli- gencia y carácter.

A comienzos de la década de los años setenta, la junta militar que gobernaba Grecia usaba la expresión "culpar a la víctima" para entrenar a los torturadores (Haritos-Fa- touros, 1988, 2002; Staub, 1989, 2003). Ahí, como en el entrenamiento de los oficiales de la SS en la Alemania nazi, el ejército seleccionaba a los candidatos por su respeto y sometimiento a la autoridad. Pero estas solas tendencias no conforman un torturador. Primero había que asignarles tareas de guardias de prisioneros, luego de participa- ción en escuadrones de detención, después de golpear a prisioneros, luego de obser- vación de torturas y, hasta entonces, ejercitarlas. Gradualmente, una persona obediente, y por lo demás decente, se convertía en un agente de la crueldad. La obe- diencia producía aceptació ~ = Ervin Staub, psicólogo sodal de la Universidad de Massachusetts, como sobrevi- viente del Holocausto conoce muy bien las fuerzas que pueden transformar ciudada- nos en agentes de la muerte. Con su estudio de genocidios en todo el mundo, Staub (2003) mostró adónde llega este proceso. Frecuentemente, las críticas estimulan des- precio; éste da licencia a la crueldad, la cual, cuando se justifica, lleva a la brutalidad, el asesinato y las matanzas sistemáticas. Las nuevas actitudes siguen y justifican, a la vez, los actos. La conclusión perturbadora de Staub es que "los seres humanos tene- mos la capacidad de llegar a tener la experiencia de aniquilar a otras personas como si se tratara de nada extraordinario" (1989, pág. 13). La gente también tenemos una capacidad para llegar al heroísmo. Durante el Ho- locausto nazi, 3 500 judíos franceses y 1 500 refugiados que serían deportados a Ale- mania fueron albergados por los pobladores de Le Chambon. Los aldeanos eran casi todos protestantes, descendientes de un grupo perseguido y cuyas autoridades, los pastores, les habían enseñado a "resistir cuando nuestros adversarios nos exijan una obepiencia que contradice las órdenes del Evangelio" (Rochat, 1993; Rochat y Modi-

capítulo 6 225

"Quizá fui demasiado patriota ", dijo el ex torturador Jeffrey Benzien, quien aparece aquÍ demostrando la técnica de la "bolsa húmeda" en la Comisión de Verdad y Reconciliación de Sudáfrica. Colocaba una bolsa en la cabeza de su víctima y la llevaba al borde aterrorizador de la asfixia una y otra vez. Tal terror infundido por el ex policía de seguridad, que rutinariamente negaba tales actos, fue usado, por ejemplo, para que un acusado revelara dó nde escondía armas. "Hice cosas terribles ", admitió Benzien al disculparse con los torturados, aunque aclaró que sólo seguía órdenes.

"Los actos de los hombres son demasiado intensos para ellos. Muéstrenme uno que haya actuado y que no haya sido la víctima y el esclavo de su acto." -Ralph Waldo Emerson, Representative Men: Caethe, 1850.

Conformidad

Saddam Hussein, los planes terroristas de Os ama bin Laden. Pero el mal también es resultado de las fuerzas sociales: del calor, la humedad y las enfermedades que hacen que se pudra todo el barril de manzanas. Como muestran estos experimentos, las si- tuaciones pueden inducir a gente ordinaria a aceptar falsedades o capitular ante la crueldad. Lo anterior es cierto en particular cuando, como sucede en las sociedades comple- jas, el daño más terrible evoluciona a partir de una secuencia de males pequeños. "De hecho", explica John Darley (1996):

puede ser difícil identificar al individuo que perpetra el daño. Éste [como cuando la Ford comercializó el Pinto, a sabiendas de su tanque de gasolina vulnerable] puede parecer el producto de una organización, sin la clara impronta de un actor individual [ ... ] Cuando uno sondea los actos perniciosos, por lo regular se encuentra no con un individuo malé- fico y enfermo que impulsa proyectos diabólicos, sino con personas comunes que han he- cho actos malos porque quedaron atrapadas por fuerzas sociales complejas. Los servidores civiles alemanes sorprendieron a los jefes nazis con su disposición a manejar el papeleo del Holocausto. Desde luego, ellos no mataban judíos; sólo trami- taban la papelería (Silver y Geller, 1978). Cuando lo nocivo se fragmenta, se vuelve más fácil. Milgram estudió esta división del mal haciendo participar indirectamente a 40 sujetos que sólo tenían que dar el examen de aprendizaje, porque otra persona apli- caba las descargas. En ese caso, 37 de los 40 obedecieron completamente. Así pasa en la vida diaria: el impulso hacia el mal se da, por lo regular, en incre- mentos pequeños, sin ningún intento deliberado por causarlo. La procrastinación comprende una progresión no intencionada de dañarse uno mismo (Sabini y Silver, 1982). Un estudiante conoce, con antelación, la fecha límite para entregar un trabajo. Cada distracción (un videojuego aquí, un programa de televisión allá) parece muy inofensiva, pero gradualmente el individuo se inclina a no hacer el trabajo, sin deci- dirlo conscientemente.

Error de atribución fundamental ¿Por qué los resultados de estos experimentos clásicos nos sorprenden? ¿Es porque esperamos que la gente actúe de acuerdo con sus disposiciones? No nos asombra que una persona arisca sea desagradable, pero esperamos que las de buena disposición sean cordiales. Las malas hacen cosas nocivas; las buenas, cosas benéficas. El horror "insensato" de los actos terroristas del 11 de septiembre fue obra -lo oímos una y mil veces-de "locos", "cobardes malignos", monstruos" demoniacos". Cuando leyó los experimentos de Milgram, ¿qué impresiones se formó usted acer- ca de los obedientes participantes? La mayoría de las personas, al saber de uno o dos de ellos, los juzgaron agresivos, fríos y poco atractivos, incluso después de saber que su comportamiento había sido típico (Miller y colaboradores, 1973). Suponemos que la maldad es obra de los crueles de corazón. Günter Bierbrauer (1979) trató de eliminar esta subestimación de las fuerzas socia- les (el error de atribución fundamental). Pidió a sus estudiantes universitarios que ob- servaran una reconstrucción vívida del experimento o, incluso, que representaran el papel del maestro que acata. Pronosticaron que, al repetir el experimento de Milgram, sus amigos obedecerían muy poco. Bierbrauer concluyó que aunque los psicólogos sociales acumulan evidencias de que nuestro comportamiento es producto de la his- toria social y el entorno actual, se sigue creyendo que las cualidades internas de las personas se manifiestan así: que las buenas hacen el bien, y las malas el mal. Es tentador suponer que Eichmann y los comandantes del campo de exterminio de Auschwitz eran monstruos incivilizados. Pero después de una jornada dura, los co- mandantes descansaban oyendo a Beethoven y Schubert. De los 14 hombres que asis-

capítulo 6 227

"La historia, a pesar de sus atroces dolores, no puede ser inerte y, si se le da la cara con v alO1 ~ no tiene por qué volver a vivirse." -Maya Angelou, Poema de toma de posesión presidencial 20 de enero de 199 3.

"La cualidad ofensiva del experimento de Milgram es, en realidad, un ataque valioso a la negación y- la indiferencia de todos nosotros. Cualquiera que sea el trastorno que nos cause arrostrar la verdad, al cabo debemos hacer frente al hecho de que, en efecto, muchos de nosotros estamos listos para ser genocidas o sus asistentes."

  • Israel W. Charny, director ejecutivo, Conferencia Internacional sobre el Holocausto y el Genocidio, 1982.

"Eichmann no odiaba a los judíos y eso lo hizo peor, por no tener sentimientos. Hacer aparecer a Eíchmann como un monstruo lo vuelve menos peligroso de lo que era. Si uno mata a un monstruo puede irse a lu Canla y dormir, porque no hay muchos. Pero si EidU11<lJUl representara la normalidad, la. situación es mucho más peligrosa." -Hunna Arendt, Eiclmlflllll ell ]amaléu, 1963.

Influencia social

tieron a la Conferencin de Wannsee, en enero de 1942, y formularon la Solución Final que llevó al Holocausto, ocho tenían doctorados de universidades europeas (Patter- son, 1996). Como otros nazis, por fuera, Eichma!Ul mismo era indistinguible de la gen- te común con ocupaciones ordinarias (Arendt, 1963; ZilImer y otros, 1995). Se dice que Mohamed Atta, lider de los ataques del 11 de septiembre, fue un "niño bueno" y un alumno excelente de una familia acomodada. Zacarias MO~lssaoui, el supuesto vigé- simo atacante de esa fecha, había sido muy cortés cuando solicitó lecciones de vuelo y compró cuchillos. Llamaba "señoras" a las mujeres. Si estos hombres hubieran sido nuestros vecinos de alIado, no habrían coincidido con nuestra imagen de monstruos malignos. Consideremos también al batallón de la policía alemana encargado de acribillar a casi 40 000 judíos en Polonia, muchos de ellos mujeres, niños y ancianos, a los que dispararon erlla nuca y de quienes dejaron esparcida su masa encefálica. Christo- pher Brown.i (1992) retrata la "normalidad" de estos hombres. Como muchos otros que asolaban los guetos judíos de Europa, operaban los trenes de deportación y ad- ministraban los campos de exterminio, no eran nazis, miembros de las SS ni fanáti- cos racisids. Eran jornaleros, vendedores, oficinistas y a' rtesanos, hombres con familia

demasiado' viejos p"nt el servicio militar pero que, cuando recibieron órdenes de ma-

ta!; no se'negarol1.. '...

  • La éoriótde Milgram también ilaCe difícil atribuir el Holocausto nazi a rasgos pculiares del carácter alemán: "La principal lección de nuestro estudio -escribe--es
que las persOilas ordinarias que hacen su trabajo y que no tienen el menor sentimien-

toparticular de hostilidad, pueden' coilVertirse en agentes de un terrible proceso de destrucción" (Milgram, 1974, pág. 6). Como el señor Rogers acostumbra recordar a su público de niúos en edad preescolar en la televisión estadounidense: u a veces los bue- nos haceú cosas malas". Así, quizá deberíatTlOs preocúparnos más por los líderes po- lMces cuyas disposiciones encantadoras nos adormilan y hacen suponer que nunca harían un mal. En el vaivén de las fuerzas del mal, en ocasiones hasta la gente cordial se corrompe a medida que construye razonamientos moral para conductas inmora- les (Tsang, 2002). Por eso, a fin de cuentas, soldados cornunespueden obedecer órde- nes de disparar a civiles indefensos; empleados se apegan a instrucciones para producir y distribuir productos degradantes, y miembros de grupos ordinarios acep- tan órdenes de recibir a los iniciados con una brutal novatada. Por último, hagamos un comentario sobre el método experimental usado en la in- vestigacióI\ de la conformidad (véase la sinopsis en la tabla 6-2): las situaciones de conformidad en el laboratorio difieren de la vida diaria. ¿Con qué frecuencia nos pi- den que calculemos la longitud de una línea o que apliquemos descargas eléctricas?

, , :

tabla 6-2 Resumen de los estudios clásicos sobre la obediencia

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319407463-Conformidad Myers para analisis

Materia: Psicología General (PSI-1000)

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"Todo lo
que
aplaste
la
individualidad
es despotismo,
cualquiera
que
sea
el
nombre
que
queramos
darle."
John
Stuart Mill,
Sobre la libertad,
1859.
"Las presiones
sociales
que
la
comunidad
impone
son
un
fundamento
de
nuestros
valores
sociales."
Amitai
Et
zi
oni,
El espíritu de la
comunidad, 1993.
¿Qué
es
la
conformidad?
¿
Cuáles
son
los
estudios
clásicos
de
la
conformidad?
Estudios de Sherif sobre la formación
de
normas
Estudios de Asch so
br
e la presión de los
grupos
Experimentos
de
obediencia
de
Mil
gram
¿
Qu
é
produce
la obediencia?
Reflexio
nes
sobre los estudios
cl
ásicos
¿Qué
predice
la
conformid
ad?
Tama
ño
del
grupo
Unanimid
ad
Cohesión
Posición social
R
esp
ue
sta pública
Falta de compromiso previo
¿Por
qué
conformarse?
¿
Quién
se conforma?
Perso
nalidad
Cultura
¿
Cómo
se resiste
la
presión
social
a conformarse?
Reactivid
ad
Afirmación de la singularidad
Post scriptum personal:
Sobre
ser
un
individuo
en
la
comunidad
capítulo 6
Conformidad
S
in
duda,
usted
habrá
experimentado este fenómeno.
Cuando
concluye
un
orador
polémico o
un
concierto
de
música, los seguidores fieles
de
la
primera
fila se le-
vantan
y
aplauden
. Las personas
que
los
aprueban
y
que
se sientan detrás siguen
su
ejemplo y se
unen
a la ovación
de
pie. Enseguida, la ola de gente
que
se incorpora lle-
ga
hasta quienes, sin esta incitación, no
darían
más
que
un
aplauso cortés
desde
la co-
modidad
de
sus asientos. Situado entre ellos,
una
parte
de
usted
quisiera
quedarse
sentado ("este
orador
no
representa
en
lo absoluto mis opiniones"). Pero a
medida
que se extiende el entusiasmo, ¿se
quedará
sentado solo?
No
es fácil ser
una
minoría
~
'Oe
uno.
Estas escenas
de
condescendencia suscitan las preguntas del capítulo:
¿Por qué,
dada
la diversidad
de
los individuos
en
los
grupos
grandes,
su
com-
portamiento suele ser
tan
uniforme?
¿Bajo qué circunstancias se conforma la gente?
¿Algunas personas
son
más
proclives a acatar
que
otras?
¿Quiénes resisten la presión
para
condescender?
¿La conformidad es
tan
mala
como implica la imagen
que
tengo
de
una
dócil
"manada
"?
¿Debería mejor hablar
de
"solidaridad del
grupo"
o
de
"sensibili-
dad
social"?
Empecemos
por
la
última
pregunta. ¿La conformidad es
buena
o mala?
No
tiene
una
respuesta científica, pero,
dados
los valores que la mayoría compartimos,
pode-
mos decir que la condescendencia es
unas
veces mala (cuando lleva a alguien a beber
y manejar o a comportarse
de
forma racista), otras
buena
(cuando inhibe a la gente