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Hugger+ Island+Viviana+Ot%C3%A1lvaro

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Año académico: 2021/2022
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Universidad de Ingeniería y Tecnología

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HUGGER ISLAND

Viviana Otálvaro

I

Lentejita se llamaba -el muñeco-, porque él era así -el novio-: un poco “lentejita”. Además, porque estaba relleno de esa leguminosa ¿leguminosa? Mmm... quizá. Bueno, de ese grano bíblico trocado en aquella historia por la primogenitura y todo lo demás. Lentejita se llamaba y se fue volando para Argentina. O se quedó, no lo sé muy bien, porque Viviana se fue subiendo por la geografía latinoamericana de ese sur sur, hasta su sur: Colombia. A su casa. Cuando el Lentejita humano recibió el Lentejita relleno de lentejas no entendió muy bien de qué iba todo. Pero en la noche, después de comer y de hablar con Viviana por el sistema de mensajería instantánea, se acordó de él y, casi inconscientemente, se lo puso encima. Sintió el peso del cuerpo del muñeco sobre su pecho, de los brazos largos sobre sus hombros y la sintió más cerca. Se sintió tranquilo. Probablemente fue un chorro de oxitocina que se regó por su cuerpo. Bueno, pero eso no vale la pena explicarlo ahora. En ese momento era solo un muñeco relleno de lentejas con cuerpo, piernitas y dos brazos largos, que abrazaba y que Viviana le había regalado a su novio argentino para que la recordara.

Ella llegaría a Colombia desubicada por la temporada de viaje suramericano. Por haberse llenado tan profundamente de geografía. Es que la geografía es un concepto importante para narrar esta historia, la influencia del entorno en la vida. En los humanos, pero en la vida de todos los seres vivos. No en vano, Viviana estuvo en Argentina haciendo un posgrado en biodiseño y su tesis universitaria fue en biónica, la disciplina que estudia cómo la naturaleza, a través de procesos evolutivos, genera soluciones inesperadas, sorprendentes y prácticas a problemas que pueden ser trasladados al diseño. Así, una mente inquieta paseó alguna vez su perro por el campo y notó las semillitas espinosas que se le pegaban a la bota del pantalón y al pelaje de Firulais. Tomó una y la llevó al microscopio para descubrir que se trataba de ganchitos pequeños pero abundantes que la semilla usaba para pegarse de superficies fibrosas para ser transportada y fecundada donde el azar lo dispusiera. Fue esa idea la que le dio origen al velcro que une los zapatos del bebé o los guantes de boxeo para hacer ejercicio anaeróbico. Ese es el ejemplo clásico que Viviana explicaba en sus clases de biónica en la Universidad EAFIT. Porque al llegar, volvió a la que fuera su alma máter de pregrado a ser profe. El novio argentino se fundió en el horizonte pronto y el primer Lentejita quedó a miles de kilómetros al sur esperando reunirse con su familia Abrazadora algún día.

Por esos días se enteró del divorcio de una tía. Viviana ya estaba más ubicada en Medellín y repartía su tiempo entre las clases en la universidad y un trabajo en una empresa de regalos fabricados por personas con discapacidades motoras o visuales. Le contaron que su tía no estaba bien, que lloraba mucho, que todo había sido muy traumático. Entonces se decidió a llamarla. Qué hubo tía, ¿cómo vas? Y que muy regular mi amor, muy duro todo

esto, terminar algo que cuando uno lo comienza lo comienza para siempre, duele. Y ella, sí tía, yo sé, claro, te llamaba para preguntarte si vas a estar en la casa, te quiero llevar algo que le ha servido a otras personas en momentos duros.

La noche fue mucho mejor. Ya no sentía un vacío que comenzaba en su pecho y la atravesaba hasta el centro de la tierra. Ya no sentía la oscuridad. Desde que su sobrina Vivi le había llevado el Lentejita, estaba más tranquila. Todo el vacío se lo tragaba el muñeco de trapo. Sentía una nueva energía. Santiago, el hermano de Viviana, se llevó uno para Australia. Quería recordar a su hermana mientras estaba en esas lejanías australes. En los pocos momentos en que tenía tiempo libre, porque la vida en el país continente es dura para los inmigrantes, se ponía el Lentejita encima y sentía el abrazo de Vivi. O su prima, que se había llevado un Lentejita para Filadelfia y le contaba cada que la llamaba todos los detalles de la vida como estudiante en la Universidad de Pensilvania y nunca olvidaba contarle que le prestó su Lentejita a su roommate rumana y a ella le encantó.

Los Lentejitas tenían un poder enorme.

II

La decisión estaba tomada desde que hizo la práctica en dos multinacionales, estando en Argentina. En Peugeot, diseñando interiores de vehículos, con las mejores herramientas y softwares de diseño. En Unilever, con máquinas de prototipado rápido -cuando esa tecnología apenas se comenzaba a conocer en Colombia-. Allá, mientras era parte del equipo que hacía quinientas versiones de un empaque que capturara el concepto de “princesa” usando la máquina de prototipado para producirlos y focus groups para adaptarlo cada vez mejor a la idea del cliente, ella decidió que su camino era otro. Aún no sabía que sería el de la innovación social, pero sí tenía claro que no era el de los empaques de princesa, no sería una creadora de necesidades de validación. Creía en un desarrollo más humano. Por eso, cuando le ofrecieron una posición como profesora titular en una universidad pública de Medellín, no dudó en aceptarlo.

Ella pensó que solo en las películas se veía un salón como el que la recibió esa noche. Ya llevaba un semestre que fue caótico, pero nunca se había enfrentado a un grupo así. Aviones de papel ¿de verdad, aviones de papel? Se preguntaba, pensando en sus grupos de EAFIT, de niños bien peinados y niñas maquilladas, si había tomado la decisión correcta al aceptar esa posición. La clase fue una pesadilla. Papeles mojados volaban al tablero mientras ella escribía, no había conexión. No la respetaban. Después se daría cuenta de que ella tampoco los respetaba a ellos, no los entendía.

Diego, el jefe del programa, estaba tratando de encontrar una función de Excel que le habían enseñado el día anterior. Era ilustrador y diseñador gráfico y había terminado allí después de una larga carrera como profesor en una universidad privada y aún luchaba con esos softwares cuadriculados de administración. Viviana entró en la oficina muy acelerada, a punto de llorar y, sin pedir permiso, se sentó en la silla plástica frente al escritorio de su

Carlos Tuberquia se bajó saltando del bus que lo dejaba a varias cuadras del trabajo y mientras avanzaba a pasos acelerados, pensaba en el proyecto. Con las dos manos apretaba las correas de una mochila que lo acompañaba desde esa hora del amanecer hasta bien entrada la noche. Al llegar a la portería, estiró el rollito de hilo de la escarapela y la pasó por el lector que abrió la compuertita metálica que le permitía entrar a Industrias Alimenticias Noel. Se cambió por la ropa de trabajo y comenzó el turno cinco minutos antes, como era su costumbre. A medio día se comió el almuerzo de la coca, la lavó y sacó diez minutos para pensar y dibujar con un lápiz #2 en una libreta de páginas cuadriculadas verdes, regalo de algún proveedor de la empresa, la solución que había pensado esa mañana. Al terminar el turno, tomó de nuevo un bus para llegar a clases a la universidad, donde compartió con su equipo y con Viviana, la profe que coordinaba el grupo de investigación en Ergonomía Cognitiva, una solución práctica que se podía fabricar con materiales reciclables y que, en total, no costaba más de $3 pesos. Una especie de catre plegable de tela reciclada, que le permitiría a él y a dos de sus hermanos no seguir durmiendo en un colchón en el piso. Para Carlos era una convocatoria académica, pero también su realidad. Por eso, cuando ganaron, por encima de universidades como Los Andes, fue muy emocionante. Las propuestas de ellos eran interesantes, pero no entendían el entorno, no habían dormido nunca sobre el piso de tierra en un colchón húmedo ni sabían cuáles materiales estaban o no disponibles. La sensación de Carlos cuando se levantó a recibir el reconocimiento fue de orgullo. En su institución de educación superior le habían dado las herramientas para sobreponerse a una sensación que tuvo presente toda su vida adolescente y adulta: no puedo. No soy capaz. Sí podía, sí era capaz.

A Viviana, el trabajo como profesora le dio también la investigación. Ese grupo de Ergonomía Cognitiva fue una gran experiencia, pero también los cientos de horas de investigación, el acceso y navegación en las bases de datos más importantes, la meticulosidad para desarrollar proyectos para aprobación de los entes estatales. Pero además un día y casi por casualidad, pudo llegar a entender a Lentejita. Sumergida en una lectura profunda buscando elementos para una ponencia académica que venía preparando, encontró un artículo científico que confirmaba algo que ella ya venía sospechando: el afecto mejora las defensas de los niños con cáncer. Un abrazo o una caricia disparan la oxitocina, la hormona del amor y del apego, la hormona que se libera cuando se genera el vínculo madre e hijo durante la lactancia. Etimológicamente abrazar, que es lo que hace Lentejita, es “rodear con los brazos” que es el gesto del amamantar. Vio también que se activa la dopamina y la endorfina, lo que produce que las personas duerman mejor. Combate el cortisol, la hormona del estrés, que a su vez ataca los glóbulos blancos. Cuando hay estrés el sistema inmunológico baja, cuando se siente el amor, o entra la oxitocina, las defensas suben. En situaciones de recuperación de enfermedades graves es fundamental el afecto. Ese artículo fue un estallido enorme en una mente creativa: Lentejita era mucho más que un muñeco de trapo.

III

“No se preocupe, las mariposas siempre pueden volar alrededor de los sueños”

Con esas palabras, escritas con luz en la pantalla de su computador, tomó el impulso que le hacía falta para decidirse. Era la respuesta a un correo que ella les había enviado a sus profesores de doctorado informándoles que se había ganado una beca para estudiar Emprendimiento Social en Alemania. El proyecto de investigación de doctorado consistía en estudiar las superficies estructurales en las alas de las mariposas iridiscentes, por eso la hermosa frase del profe inspirado. La docencia la estaba desgastando más de la cuenta. No por las horas de clase o los estudiantes; por ese lado, todo estaba bien. Había aprendido que el afecto es la herramienta más útil para acercarse a sus alumnos, que no había que erigir muros, sino tender puentes. Pero Diego Mesa, su mentor y jefe ya no estaba más. Sorpresivamente dejó el planeta en un solo trazo de sus lápices de colores. Eso lo cambió todo para ella. Ya no se sentía en casa. No encontró conexión con su nuevo jefe y se comenzó a sentir un aroma a política que no le cuadraba con la academia. Aplicó a la beca en Alemania sin esperar ganarla. Eran 21 plazas y la convocatoria era mundial. ¿Cuántas personas se podrían presentar? Cientos, por lo menos. Pero un día llegó el correo electrónico y eso lo cambió todo. Por eso decidió contarles a sus profesores que tenía esa oportunidad. Quería extender sus propias alas iridiscentes.

El 31 de diciembre de un complejo 2015 Viviana empacó juiciosa su ropa más abrigada, algunos elementos de aseo -los demás era mejor comprarlos al llegar-, sus libros más importantes y tres ideas: una varita mágica para enfermos de alzhéimer, un juego para enseñarles a los niños sordos a leer y a escribir y, claro, Lentejita, que ya no era solo el muñeco de trapo relleno, sino un concepto mucho más profundo. Era un abrazo, afecto, emoción. El último día de uno de los años más difíciles de su vida, un año con cambios en el trabajo y a nivel personal, que hacían que no la pasara bien: amores, desamores, caos, se subió a un avión y dejó atrás todo lo que la tenía mal y se enfocó en sus sueños. Al montarse en la aeronave, ella comenzaba un viaje que la llevaría mucho más lejos que su destino final: Alemania. No lo sabía en ese momento, pero ese era el primer paso para consolidar una idea que nació con Lentejita, pero que tendría una profundidad y una importancia esencial en su vida y en la de cientos de personas -¿miles?, ¿millones pronto?- No sería nada fácil pasar casi cuatro años sin pagarse ni un salario. Mientras se cubría con la manta delgada que entregan en los aviones, no sospechaba que de ahí en adelante le esperaba un camino excitante, pero empinado. Porque si emprender en cualquier campo es un acto heroico, en el campo del emprendimiento social es titánico.

Regresó en marzo a Colombia en otro estado mental y físico. Cuando se fue, llevaba semanas durmiendo mal, reflejando el caos emocional que tenía en su cuerpo, en su vida. Al volver, estaba renovada y lista para hacer realidad su proyecto. Lentijita, que en Alemania había cambiado de nombre por Abrazador o Hugger, volvía en su maleta preparado para conquistar el mundo con un arma que ya le había dado resultado a Viviana antes: el afecto. Para ella fue increíble ver cómo sus compañeros de todas partes del mundo se peleaban

esperaba igual que siempre, compleja, emprendedora, violenta por ratos, definitivamente chispeante y eléctrica.

Llegó. Que ¿cómo te fue? Que excelente, demasiado buena la experiencia, estoy como nueva. ¿Y ahora? Ahora a seguir trabajando. La beca que se ganó era por un año, tres meses presenciales en Alemania y el resto en asesorías y trabajo virtual, así que oficialmente seguía estudiando. Por eso, y casi obsesivamente, terminó encerrada tres meses buscando otras respuestas. Ese primer artículo que se encontró mientras investigaba en la universidad fue una luz clara sobre la efectividad del objeto, pero ella tenía en mente algo más grande. A fin de cuentas, abrazar un Abrazador es, realmente, abrazarse a uno mismo. El afecto es propio, es un regalo que nos damos a través de un objeto. Por eso se encerró esos tres meses, para explicar, de manera clara y accesible a personas de todas las edades, la importancia de conocerse y quererse, la importancia de las emociones. Fueron tal vez las montañas que veía a través de su ventana o su obsesión por la biónica y la biología, sus viajes, los que le dieron una idea: contaría la historia de los Abrazadores relacionándolos con una especie de ecosistema o lugar geográfico. Así, cada Abrazador podría enseñar algo diferente. Todo estaría en un libro, un libro que se vendería siempre con cada Abrazador porque el objeto era importante, pero el libro, el lenguaje, era fundamental para que todo no quedara en un hecho pasajero, sino ofrecerle las herramientas emocionales a las personas para que puedan abrazarse todos los días, abrazar a sus amigos o compañeros de trabajo, a su familia.

No, se decía. No pueden ser garbanzos. Lentejas tampoco, lo había decidido quizá hacia el prototipo 34. Tampoco telas demasiado sedosas y menos telas con surcos, o carrasposas. Eso lo descubrió en los primeros 10. Ya había decidido que la cabeza del Abrazador debía estar desplazada del centro, para que, al abrazarlo, no reposara sobre el mentón de la persona, sino sobre su hombro. En fin, fueron casi 80 prototipos y finalmente tenía la muestra para hacerlo en serie. Por tercera vez ese día entró a la sucursal virtual de su banco, marcó su clave y vio su saldo: la cifra justa para hacer 500 Abrazadores. Fue al centro y consiguió las telas, el relleno, hilos y habló con sus amigas de la universidad para que le recomendaran personas que le ayudaran con la producción. Le dieron los contactos de dos personas: un grupo de mujeres que cosía a mano, pero no sabía hacerlo a máquina, y una señora muy buena para coser a máquina, pero que tenía siempre mucho trabajo, aunque le pagaban mal. Ella optó por usar ambos grupos para ver quién lograba mejores resultados. Les llevó la tela al barrio donde vivían y les explicó en qué consistía el proyecto y que ellas eran parte fundamental de lo que quería lograr. Porque trabajar con madres cabeza de familia y pagar bien era para ella un componente fundamental en el proyecto; tanto, que en el futuro perdería grandes inversiones por defender a las tejedoras. En junio le hicieron la primera entrega. De 500 unidades, más de la mitad tuvieron defectos. Entonces fue con toda la calma a mostrarles los problemas, les explicó qué era calidad, qué un defecto de fabricación, llevó más tela. Y después, volvió a su casa a seguir escribiendo el libro, a diagramarlo también, porque sería ilustrado. Fueron meses frenéticos. La segunda vez, le entregaron casi 100 unidades con defectos. Ella, paciente, les volvió a mostrar y explicar. Era un proceso en el que todos tenían cosas por aprender. Al final, alcanzaron la

cifra de 500, o estuvieron bastante cerca, pero ella se quedó sin plata. Los reprocesos se comieron el exiguo capital y aunque también tenía listo el libro, no podía imprimirlo porque no había con qué. Su hermano Santiago, el que se llevó un Abrazador para Australia, la vio un día tan cansada y preocupada, que no se contuvo y le preguntó qué le pasaba. Ella, casi sin fuerzas, le contó que ya se había gastado el capital que tenía para hacer realidad Hugger Island en una sola parte de lo que soñaba, los objetos, pero que le faltaba la parte que para ella cerraba todo el círculo de aprendizaje: el libro. Santiago, que por esa época tenía un excedente en la cuenta, no dudó un segundo y se ofreció para pagar esa producción litográfica y solucionar todo. No sería la primera ni la última vez en que su hermano, sin ningún interés, pondría todo el amor y generosidad en los proyectos de Viviana.

V

El día era soleado, perfecto para las actividades acuáticas deslizantes que se vendrían. Una pista jabonosa enorme, pero enorme, de cientos de metros, cubría la superficie de un lote plano. En el extremo dispuesto para ser el inicio de la pista, una gran cantidad de inflables tipo dona de colores, esperaban ordenados el caos que vendría después. El caos, que iba todavía en un bus camino a Sabaneta, los cientos de niños que los flotadores esperaban. Era un evento organizado por la agencia TGM 1 llamado Slide The City, una franquicia internacional que se haría por primera vez en Colombia y que, en su jornada inaugural, tenía contemplada la llegada de chiquillos de hogares de adopción para que disfrutaran de la pista ellos solos. El estruendo infantil invadió todo en el momento en que los niños se bajaron de los buses. Los ojos de los pequeños iluminaron tan fuerte el evento como el sol que resplandecía encima de todos. No podían creer lo que veían, era diversión pura lo que les esperaba. La algarabía se hizo estallido cuando comenzaron a deslizarse en la pista plástica montados en las donas inflables, era una alegría casi palpable. Allí estuvieron durante horas, incansables, jugando. Cuando llegó el momento de comer, muchos prefirieron seguir jugando y se vieron obligados a cerrar las pistas para que los niños fueran a darle un mordisco o dos al refrigerio. Una de esas pausas era el momento más importante de ese año para Viviana: iba a donarle una buena cantidad de Abrazadores a los niños ese día. Fue difícil obtener su atención, claro, sobre excitados y felices como estaban, pero el regalo les llamó la atención y se calmaron por un momento, el justo para que ella les explicara que se trataba de un amiguito nuevo, un Abrazador para sentirse bien cuando estuvieran tristes o se sintieran solos. La emoción contenida de los niños era tanta -y la expectativa de Viviana para ver qué pasaría- que se decidió repartir las cajas y esperar, sin más preámbulo, qué pasaría. Los niños abrieron la caja, algunos con premura y descuido, otros con delicadeza. Todos sacaron el Abrazador y la imitaron, ella les había mostrado cómo apoyarlo en el pecho y rodearlo con los brazos. Algunos cerraban los ojos, algunos reían. Pasados unos segundos, varios de ellos volvieron a poner los Abrazadores en sus cajas y, sorprendentemente, se comenzaron a abrazar entre ellos.

1 Ver caso TGM.

Pero Viviana tenía que trabajar en proyectos de investigación o dar clases para poder pagar sus gastos.

VI

Con todo el impulso que terminó ese año, comenzó el siguiente. Registró la propiedad intelectual del proyecto en Colombia y, con trece millones de pesos prestados de la tarjeta de crédito de un amigo, compró la internacional. A través de la consultora que le ofreció la beca en Alemania, y como premio a la segunda mejor idea de negocio de su grupo, le habían conseguido contactos para reunirse con inversionistas internacionales. ¿Sería el año el de la internacionalización de Hugger? Eso parecía. Viajó a principio del año dejando a Sara, una estudiante que se interesó en el proyecto desde el comienzo, y a su hermano Santiago -que renunció a su trabajo para vivir en la isla de los Abrazadores- encargados de todo y tomó un avión a Europa para comenzar las negociaciones.

El primer inversionista se sentó al frente de ella por sexta vez. Después de cada reunión, Viviana corría al computador y le mandaba a su hermano las propuestas del hombre. En ninguna de las reuniones sintió que fuera el inversionista adecuado. No por los números, que eran muy atractivos. Una inversión de $150 USD por el 20% de la empresa en un modelo en el que a los 10 años Hugger volvía a ser completamente de ella. Eran comentarios. Pequeñas pistas de lo que se vendría en esa sexta reunión, cuando dijo: entonces, señorita, para promocionar esto -traducción simultánea del inglés, que era el idioma en que se hacían esas reuniones-, tenemos que apelar a la lástima de la gente. Debemos lograr que les dé lástima de esos niños enfermos o ancianos solos. Que la gente adquiera el suyo por pesar de esas personas. Así, venderíamos millones, la culpa es un gran detonante de compra. Entonces, tú tendrías que contar la historia haciendo énfasis en eso, en la soledad y la pobreza de los niños. A mí me gusta llamarlo bitch press, yo te conseguiría la exposición en medios, no te preocupes por eso. Viviana ni siquiera respondió. Salió cabizbaja de la reunión y, sin tanto entusiasmo, le envió a Santiago los comentarios del inversionista. Ella, en el fondo, sabía que iba a rechazar la oferta. Su hermano no estaba tan seguro porque financieramente era muy interesante, pero para Viviana esa no era la manera de vender el concepto que tanto le había costado crear. El Abrazador era alegría, afecto, amor propio. No tenía que ver con lástima. Desde que salió de esa sexta reunión, hasta que miró al señor a los ojos para decirle que iba a rechazar la oferta, tuvo dolor de estómago. Pero en cuanto pronunció ese “NO” rotundo, volvió a estar liviana. No iba a comprometer su proyecto.

En Turquía se reunió con otro inversionista. Igual: los números cuadraban ..... Sí, Viviana, la producción de los Abrazadores la tenemos que hacer en China. La idea es reducir los costos al máximo para poder vender más barato y llegar a las metas de crecimiento. Además, entre más vendamos, a más personas ayudamos. En ese momento ella, más clara que con el inversionista anterior, le expuso su punto: las mujeres cabeza de hogar eran parte fundamental del proyecto. Ella quería que las condiciones de vida de quienes fabricaran los Abrazadores mejoraran, no que vinieran de una fábrica desconocida en algún

país asiático. La producción local, con personas a las que se les afectaba positivamente con sueldos justos o incluso mayores a la media, era algo que hasta el momento ella consideraba inamovible. En esa negociación, a pesar de haber sido fallida, el inversionista le hizo entender que también debía buscar eficiencia, un punto medio entre lo que estaba haciendo y un mayor rendimiento. Hasta ahí, fueron seis meses de aquí para allá y, al final, regresó a Colombia con las manos y los bolsillos vacíos. Aprendió muchísimo de cada sesión de negociación, mantuvo sus principios firmes, pero Hugger Island seguía siendo su pequeño emprendimiento. No iban a ingresar grandes sumas de dólares, ni tendrían el respaldo de algún inversionista poderoso. Eran de nuevo ella, sus mujeres y sus Abrazadores. Santiago volvió a buscar trabajo. La relación de los hermanos se había deteriorado y era mejor seguir siendo hermanos, no socios. Así, sin darle demasiadas vueltas lo decidieron. El golpe fue durísimo, era octubre y tenían un inventario de 3. unidades que no habían vendido en todo el año. En medio de ese cansancio mental, Viviana volvió al ruedo y, para diciembre, ya había logrado vender todo. Se recuperaron parcialmente de las cuentas por pagar y estaban listos para lanzarse a otras aguas.

VII

Casi siempre, después de cada donación, alguno de los cuidadores de los hospitales, hogares geriátricos o de adopción, se le acercaban y le preguntaban cosas. Algunos, tímidamente daban rodeos a su al rededor, como sin decidirse. Otros, directa y efusivamente. A los primeros los aprendió a identificar y les hacía más fácil el camino con una mirada, o acercándose ella, abriéndoles el camino. A los segundos, los recibía con una sonrisa. Todos estaban muy interesados en la ciencia detrás del abrazo, en la formación en emociones que, a través del objeto, ella tenía la oportunidad de compartir. Ahí volvía a pensar en la idea de los talleres. Ella lo tenía medio definido desde un comienzo, pero nunca se había sentado a pensar profundamente en la posibilidad... era un poco arriesgado, difícil de comunicar, ¿a quién podría ofrecerle una formación en emociones? De todas maneras, sin estar muy segura de a dónde la llevaría ese camino, se sentó a pensar en los talleres de Hugger Island. Desde niños tenemos clases de matemáticas y geografía. De historia, hasta de religión y educación física, pero lo que aprendemos sobre las emociones, lo aprendemos solos, a golpe de decepciones, rabietas, tristezas, miedos o depresiones. Ella iba a crear talleres para alimentar, entender y mejorar nuestro aparato emocional, ponerles inteligencia a las emociones. La teoría la tenía clara porque era el desarrollo conceptual de su Isla, pero investigó y desarrolló experimentos para ejercitar el aparato emocional. ¿Cómo manejar la rabia? ¿Cómo el miedo? Obviamente, y como todo lo de Viviana, con rigurosidad científica. No se trata de palabrería o auto ayuda -aunque sí ayuda desde el amor- sino de entender desde la biología qué pasa cuando tenemos miedo, qué cuando tenemos tristeza o ira y desde esa base teórica, desarrollar ejercicios prácticos. Desahogarse, por ejemplo, volcando nuestras frustraciones en un saco de boxeo, en un objeto, no guardándolas haciéndonos más daño.

emocional. Herramientas para aprender a leer, escribir, fortalecer el pensamiento lógico matemático y aprender que hacer con el miedo o la rabia. Quizá también fueron los Abrazadores que le compraron la primera vez, sentir el efecto beneficioso de un objeto cargado de sentido. Como esa, completaron la entrega de 8 Emocionatecas más en la región Caribe y en todas, los comentarios eran positivos. Fue una apuesta arriesgada, sin duda, pero para la funcionaria de El Cóndor, absolutamente exitosa. De tanto asistir a las formaciones, había aplicado en su vida todo lo que había podido oír en las charlas, ahora racionalizaba más sus rabias, sabía manejarlas mejor con la respiración, apretaba las manos, no se trataba de carreta barata, eran verdaderos trucos fisiológicos para entrenar el aparato emocional.

VIII

Esta no es una historia de iluminación, ni mucho menos religiosa, es la historia de una emprendedora social. De Viviana Otálvaro, creadora de Hugger Island. Sin embargo, como explicamos al comienzo, la vida y el emprendimiento de Viviana están profundamente relacionadas con sus viajes y las geografías, ambientes y personas que conoce en ellos. En Argentina surgió Lentejita. La Isla de los abrazos es eso, una isla, una ínsula, un lugar geográfico. Los Abrazadores nos enseñan cada uno desde su origen y su ambiente: MACU desde las montañas, BONGA desde el bosque mágico, TOLLO desde la jungla de flores y CUMBIA desde el mar. Los viajes por Suramérica, estadías en Alemania, San Francisco, entre otros, que han alimentado su espíritu, su proyecto y su mente. Pero este viaje, que nos trae a la India, a un bosque remoto apartado de toda civilización, este, es un viaje trascendental, porque de golpe, todo el conocimiento, toda la experiencia y todos los años de búsqueda convergieron y se aclararon.

La nieve cae en Dharamsala suavemente, como perdonando la superficie de todo lo que toca, acariciándolo. Como si la calma de los pobladores de esa región de la India, su espiritualidad, afectara también todo lo que ocurre allí. Son cristales congelados delicados que parecen danzar y hacer parte de la utilería de un sueño. Lo había fantaseado desde hacía años: ir a la India a un retiro budista de meditación. La cadena montañosa del Himalaya era un telón de fondo imponente y hermoso. Esa región del norte de la India es la casa temporal del Dalai Lama, que no puede volver al Tíbet por exigirle al gobierno chino la liberación de su país. Ese día, un pequeño mono la despertó un poco más temprano que el amanecer hurgando entre sus cosas. Levantó su cabeza de la almohada y lo vio ahí, tranquilo, ni se inmutó al verla moverse y mirarlo. Ella sí, un poco, no estaba acostumbrada a mañanas tan exóticas, pero terminó sonriendo, contenta de estar donde estaba. Dentro de la ideología budista está prohibido matar, porque esto sería obstaculizar una evolución espiritual, la vida budista debe ser absolutamente inofensiva, por eso los animales, insectos o mamíferos pequeños y grandes, aves, y la naturaleza misma, estaba completamente en armonía con ese enclave humano.

Para llegar allí tuvo que aplicar y ser aceptada. Tan solo 50 personas de todo el mundo tenían el privilegio de vivir esa experiencia durante los quince días del comienzo del año

budista. Recorrió 18 horas en bus desde Delhi, donde había visitado a su roommate de Alemania, con quien había pasado varios días en una travesía que las inundó de paisajes y ensoñaciones, pero también de un gran cansancio que se difuminó casi completamente al llegar a ese enclave espiritual. Era una época especial, porque para quienes practican la religión budista, los primeros diez días del año son de gran importancia y anuncian cómo será el resto de la anualidad. El retiro era de silencio parcial, se podían ver con otras personas, hacer gestos, pero nunca hablar. Los únicos que hablaban eran los maestros de meditación y de filosofía budista. Las tareas, como barrer, limpiar el recinto o los baños, eran parte del aprendizaje y se alternaban con sesiones de meditación profundas y momentos de enseñanzas teóricas.

En la creencia que dirige espiritualmente el Dalai Lama el conocimiento es fundamental para la iluminación del espíritu y, a medida que Viviana iba oyendo a sus maestros, en su mente se unían todos sus conocimientos de manera clara y casi imposible para ella hasta el momento. Era como si una selva espesa se hubiera convertido en una llanura tranquila. Como si se hubieran caído los muros que separaban las habitaciones de una casa donde guardaba lo que sabía. Todo quedaba expuesto, a su alcance. Enlazaba a través de esa espiritualidad, sus saberes. Desde lo que había leído de biología, hasta sus últimas lecturas de filosofía, que aplicaban la mecánica de sistemas de la física a la vida humana, hasta el diseño y la ingeniería. Pudo tener, por fin, la claridad de un estanque de aguas diáfanas, para concluir que el desarrollo a escala humana es posible, que las necesidades humanas en forma de pirámide, como se las habían enseñado alguna vez, de acuerdo a las teorías de Maslow, implicaban desigualdades y confundían satisfactores con verdaderas necesidades. Un desarrollo responsable, que no implique consumo excesivo, con producción local, que genere progreso para las mujeres cabeza de hogar, impactando positivamente la comunidad, un producto que sea una excusa para educar, para entender nuestras emociones. Las necesidades de Max Neef, que había podido estudiar como investigadora se le presentaban mucho más claras y sensatas: subsistencia protección, afecto, comprensión, participación, recreación, creación, identidad y libertad. Necesidades finitas, clasificables y universales, en contraposición a la creación infinita de necesidades del otro modelo. Ella estaba en el equipo de Max Neef, definitivamente.

La biónica y todos los conocimientos de fisiología adquirieron un sentido profundo: en la espiritualidad budista, conocer el funcionamiento del cerebro humano es clave y, por eso, en medio de una nevada que blanqueó todo a su alrededor, en un momento de placidez y tranquilidad, mientras meditaba, se le ocurrió: ¡El aparato emocional! Y a través de ese concepto, surgieron las metodologías y principales ideas para hacer los talleres de Hugger Island, su emprendimiento social, que esperaba en Colombia con buenas noticias, porque mientras estaba en la primera parte de su viaje a India, visitando a una amiga que había conocido en Alemania, recibió un mensaje a través de Instagram de una ejecutiva de televisión que le proponía una cita para discutir su presencia en el programa Shark Tank.

las costureras cuando las reunió para despedirlas. Eran ocho mujeres cabeza de familia que gracias a Hugger Island habían podido mejorar sus condiciones de vida, pero que, en la última producción, habían vuelto a los niveles de baja calidad del comienzo, cuando casi la mitad de la producción estaba mal, o tenía desperfectos. Ellas la oyeron en calma, entendieron lo que les reclamaba Viviana, le dieron ánimo y le agradecieron mucho el trabajo que les había dado. Se quedó solo con una de las costureras vinculada a tiempo completo. Fueron momentos muy duros en los que, como hacía años, se decía lo mismo: “espera, ya casi”, pero esa voz después de tanto tiempo ya le desesperaba, ese “casi” no se veía cerca. Ella misma necesitaba controlar mejor su aparato emocional, necesitaba un abrazo. La emisión del capítulo fue el impulso, la fuerza de rebote necesaria para salir de ese pozo en el que había caído. Porque es claro, y cualquiera que haya emprendido lo sabe, que el camino no es recto ni plano. Está lleno de baches, de tramos rápidos, pero también lentos, cuestas enormes y caídas al vacío.

Consiguieron más de dos mil seguidores en Instagram, la gente los comenzó a contactar a través de redes sociales para contarles historias hermosas de los Abrazadores. Había personas interesadas en distribuir los productos en México y Perú. El cierre de año fue mucho mejor y en venta directa, lograron comercializar 5 unidades. Y para terminar el segundo semestre con broche de oro: se ganaron el premio del Fondo Emprender y el año que vendría, sí o sí, se iba a pagar el primer sueldo producto de su emprendimiento. Pero, como nada en esta historia llega fácilmente, el 2020 vino cargado con un elemento sorpresa que cambió todo: el COVID-19.

X

El primer sueldo se lo pagó a mediados del año. En marzo decretaron la primera cuarentena. En febrero le enviaron el correo explicándole que por “la contingencia” producida por el virus, en capital del Fondo Emprender no le iba a llegar en el cronograma especificado. Entonces, querido lector atento y quisquilloso, ¿cómo así que a mitad de año le llegó el primer sueldo a nuestra emprendedora? ¿Ah? ¿El Fondo Emprender adelantó el desembolso?

R:/. No. ¿Entonces? R:/. Fácil, vendiendo.

Cuando llegó, la enfermedad respiratoria de Wuhan tomó a Viviana en estado de alerta. Animada y fuerte. Así mismo lo asumió: no nos vamos a dejar arrastrar. No. España estaba en su peor momento, Italia sufría, había una sensación de tragedia inminente, y aun así, ella decidió que quizá otras tormentas le hubieran pegado más fuerte a su pequeña isla, que huracanes tropicales estuvieron a punto de destruir todo y forzarla a reconstruir, pero que este en particular lo iban a enfrentar y aguantar con toda.

Comenzó por enviar un correo a todas las personas que les habían comprado hasta ese momento. Un correo para apoyarlos e invitarlos a estar optimistas ante las dificultades. Pero también, para ofrecer los servicios de Hugger Island. Comenzaba una época agitada en la que casi a la par que nuestra salud -comprometida por un virus muy contagioso y dañino para el sistema respiratorio- estaba en juego el bienestar anímico, y como ya hemos explicado aquí antes, la conexión entre lo emocional y lo físico ponía a todos en mayor riesgo. El primer pedido llegó por medio de esa iniciativa. Con algo de dinero de ese pedido compró algunos mercados básicos y se los mandó a las tejedoras, que estaban sin trabajo en medio de la desaceleración económica y el cierre obligatorio para mitigar los efectos del virus. Después comenzó a reaccionar Instagram. La voz a voz, Shark Tank, no es claro cómo, pero ese canal y Facebook estallaron. Cifras que nunca había visto. El Abrazador, como lo supo ella desde el primer Lentejita, funcionaba, era una solución para épocas de miedo y estrés como las que el COVID trajo consigo. Con el Abrazador, el miedo se convertía en alegría. El canal empresarial también repuntó como nunca. Una compañía la contactó para producir 400 unidades que serían repartidas entre los empleados que se contagiaran del virus. Así, casi como unos bomberos emocionales, Hugger comenzó a ayudar aquí y allá a apagar esos fuegos que ardían en una sociedad que siempre se preocupó por otras cosas y que de repente tuvo que mirar forzosamente a otras necesidades antes descuidadas. Para mayo, por fin, llegó el tan esperado sueldo. Y no fue de los fondos de un premio, como esperaba el año anterior, sino producto de estrategias propias y de la efectividad de los Abrazadores y los demás productos, como la capa para combatir el miedo de los trabajadores de la salud y los talleres virtuales. En fin, el 2020, que pintaba ser un año complejo y de sobrevivencia, ha sido su mejor año. Contrató de nuevo a las tejedoras y el compromiso ahora de ellas es total. Sara está tiempo completo y además cuentan con la ayuda de una practicante. La isla está poblada y en máxima alerta para ayudar a todos durante la pandemia.

Mi papá está lejos, vive en Miami desde hace cinco años. Nosotros nos quedamos en Colombia por los niños, aunque tenemos ciudadanía. No queríamos interrumpirles el colegio y mi marido tiene su empresa aquí. Además, era como una disculpa para estar viajando a esa ciudad que nos encanta. Visitar a mi papá. Pero llegó el virus... y cerraron las fronteras y bueno, ya sabes. Entonces pensé en los Abrazadores. Los había visto en Instagram y una amiga había comprado uno. Pedí el mío y lo empaqué lo más bonito que pude para enviárselo a papá. Le llegó muy rápido, lo envié por FedEx. Después, y sin que nadie lo esperara, él se enfermó. No tengo idea donde pudo contagiarse, él era tan juicioso, tan precavido. Pero también era diabético. En fin, no pudimos estar con él. Fue todo muy rápido, el daño pulmonar era irreversible. Yo aún no me recupero, mis hijos tampoco. Pero si hay algo que me dé un poco de consuelo es que la enfermera que lo cuidó cuando se fue, nos dijo que estaba tranquilo y no soltó ni un momento el Abrazador.

Mi esposo es médico intensivista. Está en el frente de batalla. Como nuestra hija acaba de nacer, no queremos correr el riesgo de que contraiga una enfermedad respiratoria y, por eso, él está viviendo en un hotel. Nos hace mucha falta todos los días. Su ausencia es dolorosa, muchas veces he llorado toda la noche. Desde que alguien me regaló el

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Asignatura: Administración

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HUGGER ISLAND
Viviana Otálvaro
I
Lentejita se llamaba -el muñeco-, porque él era así -el novio-: un poco lentejita”.
Además, porque estaba relleno de esa leguminosa ¿leguminosa? Mmm… quizá. Bueno, de
ese grano bíblico trocado en aquella historia por la primogenitura y todo lo demás. Lentejita
se llamaba y se fue volando para Argentina. O se quedó, no lo sé muy bien, porque Viviana
se fue subiendo por la geografía latinoamericana de ese sur sur, hasta su sur: Colombia. A
su casa. Cuando el Lentejita humano recibió el Lentejita relleno de lentejas no entendió muy
bien de qué iba todo. Pero en la noche, después de comer y de hablar con Viviana por el
sistema de mensajería instantánea, se acordó de él y, casi inconscientemente, se lo puso
encima. Sintió el peso del cuerpo del muñeco sobre su pecho, de los brazos largos sobre sus
hombros y la sintió más cerca. Se sintió tranquilo. Probablemente fue un chorro de oxitocina
que se regó por su cuerpo. Bueno, pero eso no vale la pena explicarlo ahora. En ese
momento era solo un muñeco relleno de lentejas con cuerpo, piernitas y dos brazos largos,
que abrazaba y que Viviana le había regalado a su novio argentino para que la recordara.
Ella llegaría a Colombia desubicada por la temporada de viaje suramericano. Por
haberse llenado tan profundamente de geografía. Es que la geografía es un concepto
importante para narrar esta historia, la influencia del entorno en la vida. En los humanos,
pero en la vida de todos los seres vivos. No en vano, Viviana estuvo en Argentina haciendo
un posgrado en biodiseño y su tesis universitaria fue en biónica, la disciplina que estudia
cómo la naturaleza, a través de procesos evolutivos, genera soluciones inesperadas,
sorprendentes y prácticas a problemas que pueden ser trasladados al diseño. Así, una
mente inquieta paseó alguna vez su perro por el campo y notó las semillitas espinosas que
se le pegaban a la bota del pantalón y al pelaje de Firulais. Tomó una y la llevó al microscopio
para descubrir que se trataba de ganchitos pequeños pero abundantes que la semilla usaba
para pegarse de superficies fibrosas para ser transportada y fecundada donde el azar lo
dispusiera. Fue esa idea la que le dio origen al velcro que une los zapatos del bebé o los
guantes de boxeo para hacer ejercicio anaeróbico. Ese es el ejemplo clásico que Viviana
explicaba en sus clases de biónica en la Universidad EAFIT. Porque al llegar, volvió a la que
fuera su alma máter de pregrado a ser profe. El novio argentino se fundió en el horizonte
pronto y el primer Lentejita quedó a miles de kilómetros al sur esperando reunirse con su
familia Abrazadora algún día.
Por esos días se enteró del divorcio de una a. Viviana ya estaba más ubicada en
Medellín y repartía su tiempo entre las clases en la universidad y un trabajo en una empresa
de regalos fabricados por personas con discapacidades motoras o visuales. Le contaron que
su tía no estaba bien, que lloraba mucho, que todo había sido muy traumático. Entonces se
decidió a llamarla. Qhubo a, ¿cómo vas? Y que muy regular mi amor, muy duro todo